NIEVE
FLAMENCA
Con
el nuevo año se acercó la nieve a las puertas de mi casa. En días así lo único
que apetece es sentarse al amor del brasero, del “kotatsu” o de cualquier
artilugio que caliente el cuerpo, ponerse a ver la tv., escuchar música o un
largo etc., por ejemplo divagar, flotar con el pensamiento, como esos copos que
arremolinándose como un buen paso flamenco, o como una bella revolera torera,
tardan poco en desaparecer, pero que, según se los sienta, pueden llevar al
éxtasis místico, erótico, artístico...
Y
ya que hablamos de flamenco, contemplando el baile de la nieve, bailó también
una pregunta en el fondo de mi cerebro. Se fue haciendo clara y al final salió
como un susurro por entre los labios: ¿Por qué gusta tanto el flamenco en
Japón?
Ante
un papel en blanco, voy a intentar explicarme el “quid” de la cuestión. No
pretendo sentar cátedra, como tantos eminentes profesores a la violeta,
catadores de todo y conocedores de nada. Las opiniones de las personas pueden
ser el principio de la respuesta científica, aunque una opinión tenga más de
visceral que de científico.
Es
bastante general asociar el flamenco con el baile, con la pasión del baile, con
la belleza del baile exclusivamente. Algún que otro programa de tv. ha
presentado la práctica del flamenco como una forma de mantener una bella
figura. Ciertamente, muchas de las personas que conozco practicantes de baile
flamenco tienen un aire especial, diferente, al andar.
Los
japoneses, especialmente las japonesas, son cada vez más bellos, de una belleza
más internacional. Desde luego el maquillaje, la comida, el ejercicio, el
cuidado del cuerpo, incluyendo el baile como un medio de mantenerse en forma,
han ido haciendo su labor, y a la vista está que esa generación que puede estar
entre los dieciocho y los treinta y algunos años, estilísticamente está mejor
formada, evidentemente es una visión muy general, que sus antecesoras.
Esta
puede ser una razón, aunque creo que esa corriente que fluye de fondo por la
cultura japonesa, sus bailes, el “Ninhon Buyo”, son de una belleza
indescriptible. Algunas personas pensarán que son aburridos, que el flamenco es
más apasionado...
Permitanme
disentir, al menos parcialmente. Esa opinión se basa en la visión simplista de
la superficie de los elementos. Se necesita un apasionado autocontrol, una
fuerza interior muy grande para llegar a esa perfección. Eso es pasión, pasión
como sufrimiento por el sueño que se quiere alcanzar.
Quizás
esa generación antes mencionada, y mucha más gente, confunde pasión con energía
expresada en movimiento. Puede no parecer energía lo que se expresa en muchas
artes japonesas, pero sin duda lo que si expresa es pasión. Al
poco tiempo, una semana, de llegar a Japón, me llevaron a escuchar un concierto
de “koto”. Alguien tocaba y otra persona cantaba, con ese son tan
característico de los cantes nipones, con esas modulaciones de voz,que el
foráneo no sabe a qué carta quedarse.
Cantaban
“Sendas de Oku”, de Matsuo Basho, un poeta del S.XVII. Una amiga iba
traduciéndome de manera aproximada lo que decía el cante. Y digo el cante
porque, en ese momento, aquello que escuchaba para mí era flamenco. La
tristeza, la melancolía, el dolor y al mismo tiempo la alegría de vivir, todo
junto. Todo ese mundo que expresa el flamenco tan a las mil maravillas.
“Sendas
de Oku” es un hito de la literatura japonesa, otro es “Manyoshu”. Leyendo este
libro en la versión española del onubense Antonio Cabezas y aquel en la del
Nobel mexicano Octavio Paz, no sabe uno si está leyendo coplas japonesas o
coplas flamencas.
Evidentemente
no todo el libro tiene aire flamenco, pero hay temas como el amor, la
despedida, la espera desesperada, la cinta del pelo o del delantal, aquí del
kimono, que forman parte de ese modo de expresión de sentimientos universales,
comprensibles para cualquiera, una vez superada la barrera del idioma.
Quizá
la industrialización rápida, el desarraigo de la cultura tradicional, la
demagogia político económica, lease comedura de coco, alrededor de la necesidad
de modernización del país ,y otros etcs., hayan conseguido que el japonés medio
haya acabado desnaturalizándose hasta tal punto que haya perdido la perspectiva
de su propia cultura. En esa situación lo que viene de fuera aparece como
mejor, lo que hay dentro se desvirtúa y se niega.
Creo
que el flamenco es una forma de expresar lo que se siente, de expresar la vida.
Aceptemos que es esa corriente de pasión presente en toda cultura, en toda
persona. Soterrada en la vida diaria, el flamenco ha hecho sentir a muchos
japoneses, a través del baile, de la guitarra, del cante, algo que está en
ellos mismos, pero de lo que no se habían dado cuenta. El flamenco es universal
porque es humano. El arte, su técnica, es un producto cultural que se puede
aprehender, pero el sentimiento todos lo llevamos en la sangre.
Resumiendo,
creo que ,como cultura levantada por personas, dentro de la cultura japonesa
hay una parcela perfectamente abonada para la aceptación y desarrollo del
flamenco.
Con
las naturales diferencias, la guitarra tiene su paralelo en el “shamizen”, las
tarantas y tarantos en el “tanko bushi” o canciones de mineros, la canción
española en el “enka”, el “kyogen” en el sainete o el entremés, Chikamatsu en
Lope de Vega, el código caballeresco en el código del samurai.
Toda
una serie de paralelismos que hacen que no sorprenda que a un japonés, aunque
muchas veces sea de manera intuitiva y no racional, le guste el flamenco.
Poderlo practicar, en cualquiera de sus modalidades, de forma bella y artística
es sólo cuestión de esfuerzo, trabajo y pasión, de la que el pueblo japonés
anda más que sobrado, aunque a veces no lo parezca.
ANTONIO
DUQUE LARA