Segunda parte
Dirigíos ahora a la estancia mas alejada, en lo mas profundo de uno de
estos grandes edificios. Los tabiques móviles y los biombos dorados, emplazados
en una oscuridad hasta la que luz alguna del exterior penetra en absoluto,
captan el último soplo de la claridad del lejano jardín del que no se cuántas
salas lo separan:¿No habéis percibido nunca sus reflejos irreales como un sueño?
Esos reflejos, parecidos a los de una línea en el horizonte durante el crepúsculo,
difunden en la penumbra reinante un pálido fulgor dorado, y dudo que en ningún
sitio, fuera de allí, el oro pueda tener una belleza más punzante. Me ha ocurrido,
al pasar delante, que me he vuelto muchisimas
veces
para mirarlos de nuevo, pues a medida que la visión perpendicular deja paso a
la visión lateral, la superficie del papel dorado se pone a emitir unos
reflejos dulces y misteriosos; no es un destello rápido, más bien una
luminosidad intermitente y pura,como la faz de un gigante que cambiara de
color. A veces el empolvado de oro, que hasta ese momento no desprende más que
un reflejo atenuado, como adormecido, en el precise instante en que se pasa a
su lado se ilumina como con una repentina llamarada , y uno se pregunta,
estupefacto, cómo se ha podido conseguir una luz tan intensa en un lugar tan
sombrio.
Es por ello que he podido entender por vez primera las razones por las que
los antiguos cubrían de oro las estatuas de sus BUDAS, y por qué se chapeteaban
de oro las paredes de las salas donde vivían gentes de calidad. Nuestros
contemporáneos,viviendo en casas iluminadas, ignoran la belleza del oro, pero
nuestros antepasados, que moraban en casas oscuras, experimentaban la
fascinación de tan espléndido color,conociendo también muy bien las virtudes
prácticas, pues en estas casas tan avaramente iluminadas, el oro, sin duda
alguna, jugaba el papel de reflector. En otros términos,el uso que se hacía del
oro en láminas o en polvo no era un lujo vano, pues contribuía mediante la
utilización juiciosa de sus propiedades reflectantes a dar más luz. Si se
admite eso se comprenderá el extraordinario favor de que gozaba el oro.
Mientras que la brillantez de la plata y de otros metales se empaña pronto, el
oro, por el contrario, ilumina la penumbra interior sin, en un tiempo bastante
largo , perder nada, en absoluto, de su brillantez.
Decía mas arriba que las lacas doradas con polvo de oro estaban hechas para
ser vistas en un lugar oscuro; eso no es verdad sólo para las lacas, si en los
tejidos antiguos se utilizaba con profusión hilos de oro y plata es evidente
que era por la misma razón. ¿El mejor ejemplo no es esa estela de brocado que
los monjes llevan alrededor del cuello? En nuestros días los edificios
religiosos de las ciudades están constituidos por conjuntos iluminados, aptos
para atraer al gentío. En ellos las estelas parecen inútilmente chillonas y no
inspiran, más que raramente, respeto, las lleve el prelado más digno; pero
sobre los mismos religiosos, equiparados en rango, cuando un oficio de liturgia
antigua se celebra en cualquier monasterio antiguo, se está forzado a admirar
la armonia que forman la piel rugosa de los viejos monjes, el destello de las lámparas
ante los BUDAS y la textura de los brocados, y se mide hasta qué punto aumenta
con ello la solemnidad del momento, pues, exactamente como en el caso de las
lacas doradas, la mayor parte de los dibujos tornasoleados del tejido
desaparece en la sombra, los hilos de oro y plata no hacen más que lanzar de
tiempo en tiempo un breve reflejo.
Por la última razón, aunque es posible que yo sea el único en sentir
esto,estimo que nada forma un contraste más feliz con la tez japonesa que una
vestidurade N00. No es preciso decir que en muchos de estos vestidos se ha
propagado el oro y la plata con profusión. Por otra parte el actor que los
lleva en escena no está maquillado como el actor de KABUKI. Pero si bien la
piel oscura con reflejos rojizos característica de los japoneses, ni un rostro
de tinte marfil amarillento tienen ninguna particularidad atrayente, a pesar de
ello, cada vez que veo una obra de N00 me siento embargado por la admiracion.
Ciertamente, las ropas de encima, con dibujos tejidos o bordados con oro y
plata son muy apropiadas, pero las capas, túnicas o vestidosde caza, verde
oscuro o rojo kaki, y las ropas de mangas estrechas o los amplios pantalones de
un blanco inmaculado no lo son menos. Cuando por azar el actor es un bello
adolescente, la suavidad de la piel, el frescor de las mejillas, que tienen el
resplandor de la juventud, realzadas con estas vestimentas, desprenden una
seducción distinta de la de una piel femenina, y uno se da cuenta que era eso
lo que hacía volverla cara a los grandes señores de antaño, rendidamente
enamorados de la belleza de sus favoritos.
En el KABUKI el esplendor de la vestimenta, en las piezas históricas o en los
intermedios coreográficos, no desmerece en nada a las del N00, y se dice
generalmente que en atractivo erótico este teatro supera con mucho al N00, pero
cualquiera que sea la frecuencia de asistencia a uno u otro, pienso, percibo
que en realidad es todo lo contrario. Para el que no ha visto más que un poco,
el erotismo del KABUKI parece indiscutible, lo mismo que su belleza. Entiendo
muy bien que esto fuera antaño,pero en la actualidad, sobre los escenarios
iluminados a la moda occidental, sus vivos colores zozobran irremisiblemente en
la vulgaridad, cansando rápidamente.
Lo que es cierto sobre el vestido lo es también sobre el maquillaje: se
puede encontrar belleza en un rostro fabricado enteramente, pero no se sentirá
jamás la impresión de autenticidad que desprende la belleza sin afeites. El
actor de N00, en este sentido, sale a escena con el rostro, el cuello, las
manos que la naturaleza le ha dado. En tales condiciones sus rasgos no tienen
más que la seducción que le corresponde por si, sin que nuestros ojos puedan
ser, por nada del mundo, engañados. Es pues imposible que, en el caso de un
actor de N00, su rostro desnudo, pueda engañarcomo puede hacerlo el de un actor
que, en el KABUKI, interprete los papeles de mujer o de jóvenes adolescentes.
Lo que nos llama la atencion, por el contrario, es el extraordinario
relieve que toma su belleza desde el instante en que se ha colocado las
vestimentas galoneadasde la época guerrera, a primera vista poco apropiadas
para el que tiene nuestro color de piel.
Hace poco he tenido la inmensa suerte de ver a KONGO IWAO en el papel de YANG
KOUEI FEI, del N00 "El Emperador", y no he podido olvidar después la
sublime belleza de sus manos entrevistas por la abertura de las mangas. Yo
miraba aquellas manos, después dirigía la mirada hacia las mías propias,
posadas en mis rodillas. Si aquellas manos parecían tan bellas era debido, sin
duda, al delicado movimiento que las animaba, desde la muñeca hasta la punta de
los dedos, también de la disposición supremamente estudiada de los mismos
dedos. Una duda, sin embargo, subsistia en mí: ¿De dónde podía provenir tal
destello de la piel, del que se tiene dicho que se desprende de una fuente de
luminosidad interior? Pues bien, aquello no eran más que manos de un japonés
normal, y de hecho, por el tinte de la piel, nada las distinguía de mis propias
manos, colocadas sobre mis rodillas.
Dos veces, tres veces, comparé detenidamente las manos de KONGO con las
mías, las suyas allí, ante mí, en la escena, pero por mucho que comparara eran
manos muy parecidas. Y, a pesar de todo, cosa extraña, esas manos que, sobre la
escena adquirían una belleza casi inquietante, sobre mis rodillas no eran más
que unas manos de lo más vulgar.
Este fenomeno no está, por otra parte, restringido a KONGO. En el N00 la
porción del cuerpo que el vestido deja ver al descubierto es en verdad ínfimo.
Sólo el rostro, el cuello y la mano, de la muñeca al extremo de los dedos;
incluso en un papel de mujer como el de YANG KOUEI FEI el actor lleva máscara,
pero aún y así el tinte de esa ínfima porción de piel que se deja ver produce
un efecto prodigioso.Tal efecto fue particularmente atrayente en el caso de
KONGO, aunque las manos de un actor cualquiera, honestas y normales manos de
japonés medio, desprenden también una seducción tal como para hacerle a uno
abrir desmesuradamente los ojos de estupor, seducción que no se puede sospechar
en absoluto cuando lleva una vestimenta moderna. Lo repito, no es una cualidad
intrínseca exclusivamente a un actor, hermoso mancebo u hombre maduro.
Otro ejempio: es inconcebible que en la vida cotidiana los labios de un
hombre normal nos atraigan; pues sobre la
escena del N00, su color oscuro rojizo,su piel ligeramente húmeda, sugieren una
elasticidad carnal superior a los de los labios de una mujer que se los ha
pintado de rojo. Puede ser que este hecho se deba a que el actor se los
humedece contínuamente de saliva para cantar, pero no puedo creer que sea la
única razón. Ocurre igual con un actor joven cuyas hermosas mejillas rojas
adquieren un color más fresco.
Mi experiencia personal me dice que es el efecto más nítido cuando el actor
lleva una vestimenta predominantemente verde. En tal caso,la rojez ya
manifiesta en un muchacho con tinte claro, resalta más aún en un actor que
tiene una piel oscura, pues mientras en un muchacho de tez clara el contraste
entre
su palidez y el rojo es demasiado evidente, el efecto de los colores profundos de
la vestimenta es demasiado chillón. Por su parte, en un muchacho de tez más
oscura,de mejillas sombreadas, el rojo resalta menos, de tal suerte que la
vestimenta y el rostro se iluminan recíprocamente. Un verde sobrio y un marrón
mate, dos colores neutros, se realzan uno al otro mientras que la piel del
hombre amarillo gana hasta tal punto que atrae la mirada.
Puede ser que exista tal belleza creada gracias a la simple concordancia de
colores, pero sin duda alguna, si el N00 llegara algun día, por desgracia, como
el KABUKI, a recurrir a los medios modernos de iluminación, bajo el choque de
luz tan brutal, sus virtudes estéticas desaparecerian al instante. Es pues
absolutamente necesario que las escenas de N00 sean dejadas en su oscuridad
original, y un edificio le convendrá más en tanto en cuanto más antiguo sea. Un
escenario con suelo lustroso,de un brillante natural, con pilares y muros
corredizos, con reflejos oscuros, una oscuridad que, caida desde el techo, se
extienda sobre la cabeza del actor como una campana inmensa, ese es el
escenario teatral más idoneo; desde este punto de vista,presentar el N00, como
se ha hecho recientemente, en el ASAHI KAIKAN o en el KOKAIDO, no es en sí
mismo un mal asunto, pero el N00 no hace más que perder la mitad de su auténtico
sabor.
*
Bien, la oscuridad intrínseca del N00 y la belleza que genera forman un
universo de sombra tan singular que en nuestros dias no se ve más que sobre el
escenario,pero que antiguamente no debían ser extraños en un mismo grado a la
vida real. ¿Cómo es eso? , me direis. Sencillamente porque la oscuridad que
reina en el escenario no es otra que la de las moradas de aquellos tiempos. En
cuanto a los dibujos y concordancia de colores de la vestimenta del N00, sí,
posiblemente, son un poco más vivos que en la realidad, pero no son menos
semejantes en conjunto a los que llevaban los nobles y señores de la antigüedad.
A estas alturas de mis reflexiones, intento imaginar, y es algo que me
fascina,la altiva figura, comparada con la nuestra, de los japoneses de antaño,
y singularmente la de los guerreros que llevaban las suntuosas vestimentas de
la época de las guerras civiles o de la época de MOMOYAMA. El N00, sin duda,
muestra en su punto más álgido la belleza de los hombres de nuestra raza. Que
imponente y majestuosa debía ser la marcha de esos veteranos de los antíguos
campos de batalla cuando, con sus rostros burilados por el viento y la lluvia,
todo negros, de pomulos salientes, se vestían las capas, las ropas de aparato,
los vestidos de ceremonia de semejantes colores, chorreantes de luz. Estoy
persuadido de que todos los que sienten el placer de ver el N00 se deleitan, en
cierta medida, con asociaciones de ideas de este tipo, y encuentran un
retrospectivo placer, completamente ajeno al desenvolvimiento del actor, como
si este universo escénico, profuso en colores, hubiese tenido antíguamente una
existencia real.
En el lado opuesto, el escenario del KABUKI, queda hasta el final como un
universo de ficción, sin referencia alguna con la belleza de nuestra tierra.
Eso es cierto, evidentemente, en la interpretación de la belleza masculina,
pero lo es más en lo que se refiere a la belleza femenina. Para mí es imposible
imaginar que las mujeresde antes hayan sido seres parecidos a las que vemos hoy
sobre el escenario. En el N00 el actor que hace el papel de mujer lleva siempre
máscara, por lo que se aleja también de la realidad, pero en este punto, los
interpretes de papeles femeninos en el KABUKI no dan, en absoluto, una impresión
de autenticidad. La culpa de ello es debida a la iluminación demasiado cruda
del escenario. En la época en que los cirios y candelabros no proporcionaban más
que una mezquina claridad, esta forma de teatro, y singularmente los papeles
femeninos, ¿no estaban más cerca de la verdad?
A
este respecto se tiene la costumbre de decir que ya no hay, en el KABUKI,
actores
especializados en papeles femeninos, de una femineidad semejante a los de antaño,
pero no es del todo cierto que sean las aptitudes ni la belleza de los
actores,la causa de ello. Si se hubiese emplazado a los actores de antaño sobre
una escena iluminada como en la actualidad, está fuera de duda que los
contornos angulosos de su silueta masculina hubiesen reventado los ojos. ¿No
era, en efecto, la oscuridad lo que disimulaba tal efecto? Viendo a BAIKO,
hacia el final de su vida, en el papel de 0 HARU, lo sentí de forma
especialmente agudizada. Es por ello que me he dado cuenta que lo que mata la
belleza del KABUKI no es sino una iluminacion inútilmente exagerada.
Un distinguido aficionado de Osaka me decía que hubo un tiempo en el que a
comienzos de la epoca de MEIJI, se utilizaron lámparas de petróleo para
iluminarel teatro de marionetas, BUNRAKU, y me aseguraba que era algo,
infinitamente más que ahora, rico en resonancias. Hoy en día mismo, encuentro
en estas marionetas una vida mas auténtica que en los papeles femeninos del
KABUKI y, si imagino que,a la incierta luz de las lámparas,los muñecos debían
perder la dureza característica de las rasgos que le son propios, y que los
reflejos brillantes del blanco de China debían ser difuminados , me siento
sobrecogido por un escalofrío al sentir lo que ganaban en flexibilidad e
imaginar la embargadora belleza de los escenarios de aquellos tiempos.
*
Como se sabe, en el teatro BUNRAKU, las muñecas femeninas no son más que una
cabeza y manos. La ropa es larga. suficiente para cubrir el tronco y las
piernas; sobra con que los manipuladores introduzcan las manos bajo la ropa
para dar la ilusión de movimiento . Creo, por mi parte, que es un procedimiento
muy cercano a la verdad, pues las mujeres de antaño no tenían existencia real
más que a través del cuello de sus prendas de vestir y del final de las mangas,
quedando todo el resto del cuerpo sumergido en la sombra. En aquellos tiempos
las mujeres de los medios superiores a la clase media no salían más que
raramente, y aún así no era sino encogidas en el fondo de un palanquín, por
miedo a que las pudiesen ver en la calle; así pues, no es en absoluto exagerado
decir que, generalmente confinadas en las salas de sus oscuras moradas, día y
noche enterradas en la oscuridad, no mostraban su existencia sino a través del
rostro.
La vestimenta, por otra parte, más alegres que las de hoy día para los
hombres,lo era relativamente menos para las mujeres. Las hijas y mujeres de las
casas burguesas usaban también , bajo el antiguo régimen militar, colores
increiblemente opacos, es decir. el vestido no era más que una parcela de la
sombra, una transición entre la sombra y el rostro.
El maquillaje comprendía, entre otras cosas, el ennegrecimiento de los
dientes.Se puede uno preguntar si la finalidad de esta operación no era, una
vez todo el espacio oscurecido, excepto el rostro, sino meter un toque de
sombra hasta en la boca. Así concebida, la belleza femenina no se encuentra en
nuestros días más que en lugares muy particularizados como la casa SUMIYA de
SHIMABARA. Sin embargo me es fácil representarme aproximadamente las mujeres
antíguas cuando me acuerdode la silueta de mi madre, cosiendo, en los tiempos
de mi infancia, al fondo de nuestra casa de NIHOMBASHI, en la escasa luz que
llegaba desde el jardín. Hasta esta época,
hablo
de los años 20 de MEIJI (hacia 1890), se construían aún las casas burguesas de Tokyo
de tal suerte que resultaban muy oscuras, y mi madre y mis tías, todas nuestras
parientes, la mayor parte, en suma, de aquella generación , tenían los dientes
ennegrecidos. No guardo recuerdo de sus ropas de diario, pero cuando se vestían
para salir llevaban la mayoría de las veces telas predominantemente grises y
con pequeños dibujos. Mi madre era muy pequeñita, no llegaba al metro y medio,
pero no era la única,era la talla normal de las mujeres de la época. Como
último extremo se puede decir que eran descarnadas. De mi madre puedo ver las
manos, el rostro, vagamente los
pies,
pero mi memoria no conserva nada que tenga que ver con el resto de su cuerpo.
A este respecto me viene a la memoria el torso de la famosa estatua de KANNON,del
CHUGUJI ¿No es un desnudo típico de la mujer japonesa de antaño? Ese pecho plano
como una plancha, en el que se agarran unos senos de un espesor de papel; ese
talle apenas menos espeso que el pecho, las caderas, la grupa, la espalda
recta,el tronco, todo él estrecho y delgado hasta el punto de estar en
desproporción con el rostro y las extremidades. Esa ausencia de espesor que más
que un ser de carne evoca la tirantez de una bola de madera... ¿No es en su conjunto
la estructura del cuerpo femenino de antaño? Aun hoy ocurre a veces que se
encuentran mujeres de torso constituido de tal suerte entre las viejas damas de
familias tradicionalistas
o
entre las GEISHAS.
Ante su vista, irremediablemente, pienso en el bastón que constituye el
armazón de las marionetas. En realidad el torso es un soporte destinado a
recibir la vestimenta y nada más. Estas mujeres cuyo torso está también
reducido al estado de soporte,estan hechas de una superposicion de capas de
seda o de algodon, y si se las despoja de sus vestimentas no queda, como en las
muñecas, más que un armazon ridiculamente desproporcionado. Antíguamente era
algo que pasaba, pues tales mujeres vivían en la sombra y no tenían más que un
rostro blanco, no habiendo, en absoluto, necesidad de que poseyeran un cuerpo.
Y diciéndolo todo, para los que cantan la triunfante
belleza
de la carne de la mujer moderna, deberá ser difícil imaginar la belleza fantasmagórica
de aquellas mujeres.
Algunos dirán que la falaz belleza creada por la penumbra no es belleza
auténtica. Sin embargo, como decía más arriba, nosotros, orientales, creamos
belleza haciendo nacer sombras en entornos por si mismos insignificantes.
Los ramajes
ensamblados, nudosos
¡una cabaña!
desatadlos, delante
la llanura
dice
el viejo poema, y nuestro pensamiento, en suma, como todo, procede de una forma
análoga: yo creo que la belleza no es una substancia en si misma, sino un
dibujo de sombras, que un juegos de claro oscuros produce por la yuxtaposición
de substancias diversas; lo mismo que una piedra fosforescente que, en la
oscuridad, emite sus rayos,pierde expuesta a la luz del sol toda su fascinación
de joya preciosa, la belleza pierde su ser si se suprimen los efectos de la
sombra.
En resumen, nuestros antepasados tenían a la mujer, como los objetos de
laca, de oro o de nácar, por un ser inseparable de la oscuridad, y entretanto
que se podía hacer se esforzaban en sepultarla en la sombra. De ahí las largas
mangas,las largas rastras que velaban de sombra manos y pies, de tal suerte que
la unica parte aparente, a saber, la cabeza y el cuello, tomaban un relieve
embargante. Es verdad que, comparado al de las mujeres occidentales, su torso
desmesurado y plano podría pasar por feo, pero de hecho nosotros olvidamos lo
que no vemos. Tenemos por inexistente lo que no se puede ver en absoluto. El
que quisiera a toda costa ver tal fealdad no lograría más que destruir la
belleza, lo mismo que si se encasquetara una lámpara de cien bugías sobre el
TOKO NO MA de un pabellón de te.
*
Pero, ¿por qué esta propensión a buscar la belleza en la oscuridad se
manifiesta en los orientales con tanta fuerza exclusivamente? Occidente, también,
hasta no hace demasiado tiempo, desconocía la electricidad, el petróleo, pero,
por lo que yo sepa, no ha sentido, sin embargo, la tentación de deleitarse en
la sombra. Desde siempre los espectros japoneses no han tenido pies; los
espectros occidentales tienen, incluso,pies, pero, por el contrario, todo su cuerpo,
por entero, parece traslúcido.
En cosas como éstas resulta que nuestra imaginación se mete en las
tinieblas negras como la laca, atribuyendo los occidentales a sus espectros la
limpidez del cristal. Los colores que nosotros amamos poseen estratificaciones
de sombra, los que ellos prefieren son colores que condensan en sí todos los
rayos del sol. En la plata y el cobre nosotros admiramos su patina, ellos la tienen por
sucia y antihigiénica, y no se contentan sino es cuando el metal brilla a
fuerza de ser bruñido. En las salas de estar evitan,en la medida que pueden,
los rincones oscuros y blanquean el techo y los muros que los rodean. Incluso
en los diseños de los jardines, allí donde nosotros preferimos un bosque
umbroso, ellos instalan amplio y limpio cesped.
¿Dónde puede estar la clave de diferencia tan radical en los gustos? Todo
bien considerado no es más que porque nosotros, los orientales, buscamos
acomodarnos a los límites que nos son impuestos, porque desde siempre nos hemos
contentado con nuestra situacion presente; consecuentemente no experimentamos
repulsión alguna al contemplar lo que es oscuro; nos resignamos a lo
inevitable. Si la luz es pobre, ¡que lo sea!, mejor, nos incrustamos con placer
en las tinieblas y le descubrimos la esencia de su propia belleza.
Los occidentales, sin embargo, siempre al acecho del progreso, se agitan
sin cesar en la búsqueda de un estado mejor que el presente, siempre a la busca
de una claridad más viva, se han esforzado, pasando de la bugía a la lámpara de
petróleo,del petroleo a la llama de gas, del gas a la claridad eléctrica, en
batir el menor recodo, el último refugio de la sombra. Es posible que la causa
de todo ello no sea sino una diferencia de carácter.
Querría, a pesar de todo, examinar cuáles pueden ser las repercusiones de
la diferencia del color de la piel: De siempre hemos tenido una piel blanca por
más noble y bella que una piel morena, pero, ¿ en qué se diferencia la blancura
de un hombre de raza blanca de la blancura nuestra? Si se compara a dos
personas aisladas es posible que haya japoneses más blancos que los
occidentales y occidentales más oscuros que los japoneses; sin embargo su
blanco y su moreno difieren por su calidad.
Permítaseme hablar de mi experiencia : yo vivía en la parte alta de
Yokohama,constantemente me veía mezclado en los lugares de recreo de los
miembros de la colonia extranjera; me dirigía a los restaurantes o bailes que
ellos frecuentaban. Al verlos de cerca su blancura no parecía tanta como era,
pero de lejos la diferencia entre ellos y los japoneses saltaba a la vista.
Algunas damas japonesas llevaban vestidos de tarde que valían tanto como los de
las extranjeras, y su tez era a veces má s clara que la de las otras, pero si
una se mezclaba en un grupo, un simple vistazo permitia distinguirla de lejos.
Me explico: por muy blanca que sea una japonesa hay sobre su blancura siempre
tendido como un ligero velo.Aquellas mujeres tienen por bello, para estar a la
altura de las occidentales,embadurnarse de un blanco espeso la espalda, los
brazos, las axilas, en una palabra,todas las partes visibles del cuerpo, pero,
con todo, no llegan a difuminar el pigmento oscuro tapizado en el fondo de su
piel. Se las adivina, a pesar de todo, como se adivina una impureza en el fondo
de un vaso de agua límpida cuando se la mira desde muy alto. Esuna sombra
negruzca, como una mota de polvo que anidara en la horquilla de los dedos, en
el contorno de la nariz, alrededor del cuello, en los huecos de la espalda. En
los occidentales, por el contrario, lo mismo si el tinte está revuelto, el fondo
de la piel queda siempre claro y traslúcido, sin que nunca, en ninguna parte del
cuerpo, presente una sombra de aspecto dudoso. Desde lo más alto del cráneo hasta
la punta de los dedos de los pies, son de una blancura fresca y sin mácula.
Cuando uno de nosotros se encuentra mezclado entre ellos, es como una
mancha sobre un papel blanco, de una tinta muy diluida, que sentimos como una
incongruencia, y que no es muy agradable.
Esto es, posiblemente, lo que permite explicar la sicologia de la repulsión
que experimentaban no hace mucho los hombres de raza blanca hacia las gentes de
color. La mancha que representa en una asamblea la presencia de, sea una o
dos,personas de color, debía de incomodar en cierta forma a aquellos blancos
que poseían una sensibilidad exacerbada. No sé en qué punto están las cosas
ahora, pero en los tiempos de la Guerra de Secesión, en la hora en que las
persecuciones contra los negros tocaban el paroxismo, el odio y menosprecio de
los blancos no se limitaba sólo a los negros, se extendía también a los
mestizos de negros y blancos, a los mestizos de mestizos, a los mestizos de blancos y
mestizos y asi contínuamente. No tenían reposo hasta que no hubiesen batido el
menor rastro de sangre negra entre ellos, que clasificaban en media, cuarta,
octava, decimosexta, hasta el trigesimo tipo de sangre mezcladas.Su ojo
ejercitado reparaba en la menor posibilidad de color disimulado en la piel más blanca,
en gentes que, a primera vista, no se diferenciaban en nada de un blanco de
pura raza, pero del que un solo ascendiente en la segunda o tercera generación había
sido negro.
Tales hechos permiten comprender los motivos profundos de las relaciones que
nosotros, de raza amarilla, hemos anudado con la sombra. Nadie se mete
deliberadamente en una situación que le sea desfavorable; es pues muy natural
que, para vestirnos,alimentarnos, alojarnos, usemos con preferencia cosas de
colores atenuados, que busquemos instalarnos en un ambiente oscuro. Ciertamente
nada permite creer que nuestros antepasados hubiesen tenido conciencia del velo
que empañaba su piel, pues ignoraban hasta la existencia de una raza de hombres
más blancos que ellos mismos, pero no puedo impedirme pensar que estas son
reacciones espontáneas frente a colores que están en el origen de los gustos
que nosotros conocemos.
*
Nuestros antepasados, en primer lugar, delimitaron en el espacio luminoso un
volumen cerrado donde construyeron un universo de sombra; después, en el fondo de
la oscuridad, confinaron a la mujer, convencidos como lo estaban de que no podía
existir en el mundo un ser de color más claro. Si se admite con ellos que la
blancura de la piel es la suprema condición de la belleza femenina ideal, es
preciso reconocer que no podían tratarla de otra forma y que era perfectamente
lícito que lo hiciesen como lo hacían.
Contrariamente a los cabellos de los blancos, que son claros, los nuestros son
negros; la misma naturaleza nos enseña con ello las leyes de la sombra, leyes que
nuestros antepasados, inconscientemente, observaron para hacer, por un juego de
contrastes, parecer blanco un rostro amarillo.
He dado más arriba mi opinión sobre el uso de ennegrecer los dientes,
pero,por otra parte, las mujeres también se rasuraban las cejas. ¿No era, al
fin y al cabo,un proceso más para realzar el esplendor de su rostro? Pero lo
que, sobre todo, me llama la atención es el famoso "rojo de labios",
azul verdoso con reflejos nacarados.
Actualmente las GEISHAS de GION incluso. apenas lo utilizan, si bien, de
todas formas,no se podría entender el poder de seduccion de este
"rojo" si no se le presenta bajo el incierto resplandor de los
candelabros.
Intencionadamente, nuestros antepasados, aplastaban bajo tal capa verde los
labios de sus mujeres. De tal suerte arrancaban todo ardor del rostro más
radiante. Pensad en la sonrisa de una joven, al fulgor vacilante de un farol
que, de vez en cuando, en los labios de un verde irreal de fuego fatuo, haga
tililar unos dientes de laca negra: ¿Puede imaginarse un rostro más blanco? Yo
al menos lo veo más blanco que el de cualquier mujer blanca, en este universo
ilusorio que llevo dentro de mi cerebro.
La blancura del hombre blanco es una blancura traslucida, evidente y banal,mientras
que una blancura como ésta, en cierta forma, esta desgajada del ser humano.
Es posible que una blancura asi definida no tenga ninguna existencia real.
Es posible que sea un juego equivoco de sombras y luces. Lo entiendo muy bien,
pero nos basta con ello, pues nos esta prohibido tener la esperanza de algo
mejor.
Quisiera emplazar aquí una observación a propósito del color de la
oscuridad que, normalmente, rodeaba una blancura de este tipo; no recuerdo
exactamente cuando,ya hace años de ello, había conducido a un visitante venido
de Tokyo a la CASA SUMIYA,de SHIMABARA, y fue allí donde percibí, una sola vez,
cierta oscuridad de la que no puedo olvidar su calidad. Era una amplia sala
llamada, creo, "Salón de los Pinos", destruida después por un
incendio;las tinieblas que reinaban en esta estancia inmensa, apenas iluminada
más que por la llama de un único candelabro, tenían una densidad de naturaleza muy
distinta a las que pueden reinar en un saloncito. En el instante en que entraba
en la sala, una sirvienta de edad madura, con las cejas rasuradas, con los
dientes ennegrecidos, estaba arrodillada disponiendo un candelabro ante una
pantalla; tras esta pantalla, que delimitaba un espacio luminoso de dos TATAMIS
aproximadamente,rebotaba, como suspendida del techo, una oscuridad alta, densa
y de color uniforme,sobre la que el resplandor impreciso de la llama, incapaz
de rasgar el espesor rebotase como sobre un muro negro. ¿Habéis visto, los que
me leéis, alguna vez " el color de las tinieblas al resplandor de una
llama" ? Están hechas de una materia distinta a las de las tinieblas de la
noche en un camino, y, si se puede arriesgar una comparacion,parecen hechas de
corpúsculos como de ceniza tenue, en la que cada parcela resplandeciera con
todos los colores del arco iris. Me pareció que iban a introducirse en mis ojos
y, a pesar mío, pestañeé.
La moda actual se basa en reservados de dimensiones modestas. Se hacen de
diez, ocho e incluso seis TATAMIS, y tampoco se les ilumina más que con un
candelabro,por lo cual no se pueden encontrar tinieblas de aquel color; antíguamente,
sin embargo,tanto los palacios como en los lugares de placer, la costumbre
exigía techos altos,pasillos largos e inmensas salas de varias decenas de
TATAMIS, lo que implica que en tales edificios reinaba a todas horas una
tiniebla de este tipo, parecida a la de una tiniebia impenetrable. Y nuestras
señoras sazonaban en tal jugo, espeso y negro en el que estaban sumergidas
hasta el cuello.
Me he expresado hace poco en mis " Ensayos de la ermita a la sombra de
los pinos" , pero mis contemporáneos, habituados, como lo están, a la
iluminación electrica,habran olvidado, sin duda, que hayan podido existir tales
tinieblas. De tal suerte,estas "tinieblas sensibles al ojo" que daban
la sensación de una especie de tiniebla palpitante, provocaban facilmente
alucinaciones, y en muchos casos eran más terribles que las tinieblas
exteriores. Las manifestaciones de espectros o monstruos no eran,en suma, más
que emanaciones de tales tinieblas, y las mujeres que vivian en su seno,
rodeadas
de no sé cuántas cortinas pantalla, de biombos, de muros corredizos..., ¿no eran
de la misma familia de los espectros? Envueltas en diez, veinte, capas de
sombra,se les insinuaban por el menor intersticio de su habito, por el cuello,
por las mangas,por los bajos de la ropa. Incluso debían a veces, a la inversa,
quien sabe, desgajarse del cuerpo mismo de las mujeres, de sus bocas, de sus
dientes pintados, de la punta negra de su negra cabellera, como otros tantos
hilos de araña, esos hilos que escupia la maléfica ARAÑA DE TIERRA
*
Si creyera en lo que decía hace unos años TAKEBAYASHI MUSOAN, a su vueltade París, Tokyo u Osaka
estarían sensiblemente mejor iluminadas que las grandes ciudadesde Europa. En
Paris, en plenos Campos Eliseos, había, parece ser, aún casas iluminadas con
petróleo, cuando en Japón sería preciso para encontrar esta forma de iluminación
dirigirse al fondo de las montañas más alejadas. Es verdad que no hay, sin
duda, otro país en el mundo, a no ser América, para entregarse a parecido
derroche de luz eléctrica.
Se ha pretendido a tal propósito que esto es porque Japón buscaba en todo
imitar a America. MUSOAN hablaba así hace unos años, cuatro o cinco, antes de
estar en boga las señales de neón; la próxima vez que regrese su estupefacción
será aún mayor ante este nuevo acrecentamiento de la iluminacion.
Otra anécdota que me contaba M. YAMAMOTO, director de la revista KAIZO: M.
YAMAMOTO había acompañado no hace mucho al profesor Einstein en su viaje a Kyoto.
El tren atravesaba los alrededores de ISHIYAMA cuando el profesor, que miraba
el paisaje por la ventana, Le dijo:"¡Eh! Apenas se economiza aqui" Le
rogó que se explicara y el profesor le señaló con el dedo un poste electrico
que tenia una lámpara encendida en pleno día: "Einstein es judio, es por
ello, sin duda, que se detiene en tales detalles",añadió M. YAMAMOTO a
guisa de comentario. Me parece al menos verdad que, comparando,si no con
America, en todo caso con Europa, Japón utiliza la iluminación eléctrica sin
reparar casi en ello.
A propósito de ISH1YAMA, he aquí otra historia curiosa: Al termino de una
larga cavilación sobre la elección del entorno donde iría este año para ver la “Luna
de Otono”, había optado, finalmente, por el monasterio de ISHIYAMA. Pues la víspera
de luna llena descubrí en un periódico una información , según la cual, para añadir
al placer de los visitantes que vendrían al día siguiente por la tarde a
contemplarla,se habían colocado por los bosques altavoces que difundirían una
grabación de la sonata Claro de Luna. Leer esto me hizo, al instante, renunciar
a mi excursión. Un altavoz es por sí mismo un azote, pero estaba persuadido que
si se había hecho aquello,se había, sin duda, hecho buen compás y se había
iluminado la montaña con lámparas eléctricas artísticamente repartidas para
crear ambiente.
Una vez se me echó a perder, como sigue, el espectáculo de la luna llena:
Un año había proyectado ir a contemplarla en barca, a mediados de mes, en el
estanque del monasterio de SUMA; invité, pues a varios amigos y nos fuimos
cargados de nuestras provisiones, descubriendo que se había colocado sobre todo
el contorno del estanque alegres guirnaldas, con bombillas eléctricas
multicolores. La luna acudió a la cita,pero como si no estuviera.
Hechos como estos demuestran a qué grado de intoxicación hemos
llegado,hasta el punto de que parece que hayamos llegado a ser extrañamente
inconscientes de los inconvenientes de la iluminacion abusiva. Tanto peor para
los amantes del Claro de Luna..., pero en las casas de citas, los restaurantes,
los hoteles, los albergues..., ¡qué derroche de luz eléctrica! Admito que, en
cierta medida, sea preciso para atraer la atencion de los clientes, pero
incluso así, encender la lámpara en verano, cuando aún es de dia, ¿para qué
sirve sino es para agravar el calor? Vaya donde vaya en verano , esta manía me
consterna.
Si hace en las estancias un calor absurdo, incluso cuando hace fresco
fuera,la culpa es, diez sobre diez, de la potencia excesiva de las lámparas o
del gran número de bombillas, pues,cada vez que he hecho la experiencia de
apagar una parte, enseguida se ha notado la fresquedad. Es verdaderamente
curioso que ni los clientes ni los patronos se hayan dado cuenta de ello. Por
principio convendría aumentar en invierno un poco la iluminación y disminuirla
en verano. Daría impresión de frescura y atraería menos a los insectos. Pero lo
peor es encender demasiadas bombillas y, después, bajo pretexto de que hace
calor, poner el ventilador. Es algo que me saca de quicio por poco que
piense
en ello.
En un cuarto japonés, donde el calor se disipa lateralmente, en rigor, se puede
tener, pero en la habitación de un hotel tipo occidental, donde el aire circula
mal, donde el techo, los muros, el suelo, irradian desde todas partes el calor
almacenado,es verdaderamente insoportable. Para citar un ejemplo, aunque me
fastidia un poco,cualquiera que, una tarde de verano, haya recorrido los
pasillos del HOTEL MIYAKO,de Kyoto, no puede por menos que estar de acuerdo
conmigo. La cosa es tanto más irritante en cuanto que, en razón de su situación
en terraza cara al norte, se tiene desde este entorno una vista panorámica maravillosa
sobre el monte HIEI, el monte NYOI, las torres de los templos y el bosque de
KURO DANI, así como las pendientes vecinas de las MONTAÑAS DEL ESTE, espectáculo
cuya sola vista solaza el espíritu.
Pues una tarde de verano os da deseo de ir a tomar el fresco frente a
paisaje tan encantador, y vais, saboreando de antemano la brisa que imagináis
recorriendo todo el edificio; bien, bajo el techo blanco, tras las placas de vídrio
colocadas de trecho en trecho, se balancean luces de suprema brutalidad. Y como
los techos son bajos en estas construcciones recientes de estilo occidental,
resultan ser como bolas de fuego que os giran alrededor del cráneo, y decir que
hace calor es decir poco,pues todo el cuerpo llega a tener la misma
temperatura, y os sentís tostar, la cabeza en primer lugar, después el cuello,
después a lo largo de la espalda...
Y eso no es todo: Una de estas bolas sería suficiente para iluminar tan
reducido espacio, pero son tres, cuatro, los ingenios mortales que brillan en
el techo, y a lo largo de los muros, a lo largo de los pilares, por todos
sitios se han sembrado máquinas más pequeñitas que no tienen otra utilidad que
pulverizar el menor rastro de sombra refugiado en los rincones. Buscaréis en
vano, en toda la pieza, la sombra más fugaz ya que la mirada no encuentra nada
en el entorno, más que unos muros blancos y gruesos pilares rojos y el suelo,
en fin, hechos de capas de colores vivos, que parece un mosaico, impuesto a los
ojos como una litografía recientemente imprimida, siendo todo ello cosas que no
hacen sino aumentar la fatigosa sensación de calor. La diferenciade temperatura
es chocante cuando se viene del corredor. El aire de la noche se pierde por
completo pues, de pronto, se transforma en un viento ardiente.
Aún hace poco iba gustoso a ese hotel. Tómese lo que acabo de decir como un
consejo de amigo, por los buenos recuerdos que guardo de allí; no tengo por
menos que suciamente escandaloso arruinar por culpa de la luz un espectáculo
como ése,en el lugar mejor emplazado para gozar del fresco de una tarde de
verano. Este calor es sin duda una molestia para un japonés, pero incluso para
un occidental, cualquiera que sea la pasión que profese a la claridad. Hagase
un experimento bien simple, redúzcase la claridad y se comprenderá enseguida.
No he hecho, por otra parte, más que citar un ejemplo entre mil ya que aquel
hotel no es la única causa de mis opiniones. El único que ha evitado tales
inconvenientes es el HOTEL IMPERIAL, adoptando una iluminacion indirecta,
pero,incluso asi,estaría bien,creo,reducir ligeramente la intensidad en verano.
Se mire por donde se mire la iluminación actual es largamente suficiente
para leer, escribir o coser, aumentarla más es puro gasto y, suprimiendo los últimos
rincones de sombra, se le vuelve la espalda a todas las concepciones estéticas
de la casa japonesa.
Es una alegría que se haya obligado frecuentemente, por puras razones de
economía. a restringir el fluido de electricidad en las casas particulares. Por
el contrario, en los establecimientos públicos, ¡qué derroche de energía eléctrica!,
en los pasillos,en la entrada, con el único resultado de robar profundidad a
las salas de estar, a los lavatorios, al jardin.Pase en invierno, pues calienta
un poco, pero ¡en las tardes de verano!... Lo mejor sería que se refugiaran en
el lugar más apartado en esa época, pues desde el momento en que bajéis al
hotel encontraréis la misma calamidad que en el MIYAKO. Concluyo, con ello, que
no hay más que un medio para gozar en paz del fresco: quedarse en casa, abrir
lo mas posible los postigos y tenderse a la sombra,bajo el mosquitero...
*
Leía hace unos días, no sé en qué revista o periódico, un artículo
consagrado a las dolencias de las viejas damas inglesas. Si bien ellas en su
juventud habían estado habituadas a tratar con respeto a las personas de edad,
los jóvenes de hoy las ignoran,evitan, incluso, aproximárseles, como si la
vejez fuera una tara un tanto repugnante.
Ellas se lamentan, en suma, de que los jóvenes de ahora se comporten de
forma distinta a los de antaño. Deduzco de ello que los viejos de todos los
paises del mundo tienen las mismas conversaciones, o sea , que los hombres, en
tanto en cuanto van envejeciendo se sienten inclinados a pensar quo los tiempos
de antaño eran a todas luces preferidos a los de ahora. Los viejos de hace cien
años regresaban a los tiempos de hace dos siglos, y los viejos de hace dos
siglos suspiraban por los buenos tiempos de hace trescientos años. Nada permite
pensar que algún viejo se haya declarado satisfecho del estado
de
las cosas de su propio tiempo. A pesar de esta constatación,es más verdad que
nunca en la hora actual, por el progreso acelerado de la cultura y, más aún, por
el hecho de que las circunstancias particularísimas en que se encuentra nuestro
país, ya que las transformaciones sobrevenidas tras la RESTAURACION MEIJI
corresponden,por lo bajo, a la evoluclon de tres o cinco siglos de los tiempos
pasados.
Lo divertido es que yo, el que os habla, he tocado una edad en la que se pone
uno a imitar el hablar sentencioso de los viejos. Se puede asegurar, sin
embargo,que si las conquistas modernas tienen algo para seducir a los jóvenes,
una epoca se prepara, por el contrario, que será poco grata para los viejos.
Estamos obligados,por ejemplo, a cruzar la calle y su encrucijada de señales,
lo que hace que un viejo no ose, en absoluto, salir tranquilamente. Pase para
aquellos cuya situación les permite desplazarse en coche, pero para personas
como yo, el simple hecho, cuando se aventuran en Osaka, de atravesar una calle,
exige una tensión nerviosa de todo su ser. Hay,ciertamente, señales luminosas,
y las que se encuentran en sitios visibles en los cruces se perciben muy bien,
perfectamente, pero a veces es muy difícil reparar en esos fuegos verdes y
rojos que se iluminan y se apagan en el cielo de manera totalmente imprevista,
en el pasaje de una calle lateral. Además, en un cruce puede ocurrir que se
confunda la señal de un lado con la de enfrente. Me decía que, cuando se decida
emplazar agentes de circulación en los cruces de Kyoto, será verdaderamente el
fin de todo, pues ya no se puede degustar la atmósfera auténtica de las calles
de puro estilo japonés, a menos que uno se dirija a ciudades de unas
dimensiones como las de NISHINOMIYA, SAKAI, WAKAYAMA o FUKUYAMA.
Ocurre lo mismo en el domínio alimenticio; encontrar en una gran ciudad
manjares apropiados al paladar de un viejo es una empresa de lo más agotador.
Un periodista me pedía, recientemente, que evocara para él algún plato curioso
y delicado. Le indiqué la receta del SUSHI con hojas de caqui, que comen los
habitantes de los valles perdidos de las montañas de YOSHINO . Aprovecho, con
ello, la ocasión para revelarla aquí.
Coced el arroz con SAKE, a razón de un GO de SAKE por un SHO de
arroz.Verted el SAKE en el recipiente cuando el agua se ponga a hervir. Cuando
el arroz esté hervido a punto , déjese enfriar completamente, después lo prensáis
en bolitas entre las manos que deben estar impregnadas de sal. Las manos, en
ese momento, no deben tener el menor rastro de humedad. Todo el secreto esta
ahí. Prensad las bolitas sólo con la sal. Despues cortad lonjas finas de salmón
salado, extended estas lonjas sobre las bolitas que envolveréis una a una en
las hojas de caqui, la cara hacia dentro.
Primero habréis tomado la precaución de secar con un trapo bien seco las
hojas y el salmón, a fin de extraer todo rastro de humedad. Una vez hecho esto,
en una cubeta de SUSHI, o en una caja de arroz, de la que habréis secado
meticulosamente el interior,disponed las bolitas de tal manera que no quede
entre ellas el menor intersticio, después colocad encima una tapadera, cerrando
herméticamente, sobre la que se pondra una piedra pesada, como si hubierais
puesto legumbres a confitar. El SHUSHI preparado de esta guisa se puede comer
al dia siguiente por la mañana, siendo ese día el de mayor sabor, aunque también
podéis comerlo el segundo o tercer día. En el momento de comerlos rociadlos con
vinagre en el que se haya macerado hojas de pimienta de agua.
Obtuve esta receta a través de un amigo que, durante una estancia en
YOSHINO había encontrado la preparación tan sabrosa que se hizo enseñar el
secreto, si bien sobra con que haya hojas de caqui y salmón para realizarlo no
importa donde. No olviden que, sobre todo, todo rastro de humedad debe ser
eliminado, y que el arroz debe estar completamente frío. Yo mismo lo he
ensayado en mi casa y era de un efecto muy bueno. La grasa del salmón y su sal
impregnan el arroz, en su punto, y no puedo describir la consistencia del
pescado, que recobra elasticidad, tal como si fuera fresco.
El sabor, en absoluto, se parece al del SUSHI de Tokyo. No te encontrando
otro más a mi gusto , no he comido otro en todo el verano. ¡Qué maravillosa
forma de combinar el salmón salado! iCuánto admiro la ingeniosidad de estos
montañeses faltos, sin embargo,de bienes materiales! Y sabiendo que existen
otras especies de comidas regionales del mismo género que ésta, es preciso
convenir que en el momento actual el gusto de las gentes de los pueblos es
infinitamente más sólido que el de las gentes de las ciudades, y, en cierta
medida, hay en ello un lujo que no podemos ni imaginar.
Es por ello que los ancianos renuncian, cada vez mas, a vivir en las
grandes ciudades y se retiran al campo, pero las pequeñas ciudades de
provincia, a su vez, se están abasteciendo de ramilletes de lámparas eléctricas,
y de año en año se parecen más a Kyoto, lo que está lejos de tranquilizarme.
Algunos pretenden que es el progreso,que no se detiene, y que el día en que los
transportes se hagan por aire o bajo tierra las calles recuperaran la
tranquilidad de antaño, pero estad seguros que ese día se
habrá inventado algún nuevo instrumento para torturar a los viejos. En suma,se
les induce a retirarse del camino, de tal suerte que no tienen otro recurso que
enterrarse en su casa y cocinarse pequeños platos para acompañar el SAKE vespertino,
escuchando
la radio.
Eterna chochez de viejo, pensaréis; pues bien, no, no parece que sea
completamente eso: Recientemente el cronista de ASAHI en Osaka, que firma
TENSEI JINGOJI ( Voz del cielo, propósitos humanos), se ensarzaba con los funcionarios
de la provincia que, para constuir un camino hacia el parque de MINOO, talaban
a diestro y siniestro en los bosques, nivelando las colinas. Cuando leí aquello
me sentí reafirmado en mi propósito. Destruir hasta la sombra de los sotos en
el fondo de las montanas, es demasiado, aparte de ser una empresa estúpida. A
ese paso, bajo el pretexto de hacer accesibles los lugares famosos a las masas,
se llegará progresivamente, a convertir los alrededores de Nara, Kyoto u Osaka,
en espacios desnudos.Pero fuera de recriminaciones, yo soy el primero en
reconocer que los beneficios de la civilización contemporánea son innumerables
y que, por otra parte, los discursos no cambiarán nada. Japón esta
irremisiblemente embarcado en la via de la cultura occidental y, aunque no le
queda más camino que avanzar valientemente, dejando atrás a los que, como los viejos,
no son capaces de seguir en la medida en que nuestra piel no cambiará de color
jamás, es preciso
que
nos resolvamos a soportar eternamente inconvenientes que nosotros solos somos
los que los hemos de sufrir.
Para decirlo todo, mi intención al escribir lo precedente no era sino
demandar si, en tal o cual dirección, por ejempio en las letras o en las artes,
no subsistira algún medio de compensar los desgastes. Por mí intentaría hacer
resucitar, en el dominio de la literatura al menos, ese universo de sombras que
estamos a punto de disipar.
Me gustaria ensanchar la marquesina de este edificio que tiene por nombre Literatura,
y oscurecer los muros, sumergir en la sombra lo que es demasiado visible y
despojar el interior de todo ornamento supérfluo. No pretendo que se haga otro tanto
con todas las casas, pero sería bueno, creo, que quede al menos una de este género,
y , para ver que se puede hacer, bien, me voy a apagar mi lámpara eléctrica.
***
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