ELOGIO DE LA SOMBRA
IN EI REI SAN
JUNICHIRO TANIZAKI
Junichiro Tanizaki, otro de los grandes
de la literatura japonesa del siglo xx. Aquí, literalmente analiza la casa
tradicional japonesa a la que elogia por ser un lugar oscuro, oscuridad que es
el origen del sentido de belleza japonés. Quede la segunda parte para otra
ocasión.
I
ELOGIO DE LA SOMBRA
Un aficionado a la arquitectura que, en nuestros días, quiere hacerse
construir una residencia de puro estilo japonés, está dispuesto a recibir muchos
disgustos con la instalación del agua, del gas, electrica... y más aún, si no
ha experimentado por si mismo la construcción. Sólo basta entrar en la sala de
una casa de citas, de un restaurante o de un albergue para darse cuenta de los
esfuerzos que hay que desplegar para integrar armoniosamoete estos dispositivos
en una habltación de estilo japonés.. .
A menos que se sea uno de esos aficionados al té que, en su suficiencia,
tratan con menosprecio las ventajas de la civilización científica y establecen
su "choza" en lo más retirado del campo,o que se esté a la cabeza de
una familia ce cierta importancia y se viva en la ciudad, no veo por qué se ha
de volver la espalda, bajo pretexto de querer una casa lo más al estilo
japonés,a los calentadores, a las luminarias, a las instalaciones sanitarias,
todo ello cosas inseparables de la vida moderna.
Por supuesto,un hombre, por muy poco meticuloso que sea, se torturará los
meninges por la cosa más insignificante,el teléfono, por ejemplo, que relegará
bajoo la escalera o a algún rincón del pasillo, allí donde sea menos suceptible
de atraer la mirada. Hará enterrar los hilos eléctricos en el terrado del jardín,
disimular los conmutadores en las alacenas,bajo los estantes, correr las líneas
interiores a la sombra de las mamparas, de tal suerte que, a veces, al término
de tanta ingeniosidad le haga sentir una cierta dentera ante tanto exceso de
artificio.
Una lámpara eléctrica será a partir de ahora algo familiar a nuestros ojos,
entoncés, ¿por qué estas medidas a medias, en lugar de dejar tan buenamente la
bombilla al desnudo, provista do una simple pantalla de cristal delgado y
lechoso, que daría la impresión de naturalidad y simplicidad?
Una tarde,mirando el paisaje por la ventana de un tren , percibí, a la
sombra de los SHOJI de una casa de campesinos, una bombilla que brillaba
solitaria bajo una de estas delgadas pantallas desusadas, y la encontré de un
gusto exquisito.
Un ventilador. por el contrario, es otro problema,pues ni su ruido ni su
forma concuerdan cómodamente con el estilo de una estancia japonesa. En una
casa normal, si no le gusta a uno, se puede pasar sin él, pero.en un
establecimiento dedicado a acoger clientes en verano, no es cuestión de
adaptarse a los gustos exclusivos del propietario.
Mi amigo, el dueño del KAIRAKUEN, un fino experto en materia de
arquitectura,le tiene pánico a los ventiladores y ha pensado durante mucho en
no ponerlos enlas habitaciones, pero todos los años. al llegar el verano. tenía
quo soportar las protestas de los clientes, de tal suerte que ha terminado por
ceder.Yo mismo, que les hablo, el año pasado, me cargué una fortuna, poco
compatible con mi situación, en la construcción de una casa, lo que me ha
valido una experiencia del mismo género de la que hablaba más arriba. Al tener
que ocuparme de todos los detalles, desde los tabiques móviles hasta el último
accesorio, he tropezado con una gran
cantidad de contrariedades. Los SHOJI, por ejempio: bajo pretexto de buen
gusto,no he querido forrarlos con cristales y he decidido utilizar
exclusivamente papel. De ahí surgieron molestias en materia de iluminación, y
además cerraban mal.
Desesperado, pensé forrarlos de
papel por dentro y de cristal por fuera. Para ello fueron precisos marcos
dobles, cara y envés, aumentando los gastos en proporción. Cuando estaban
colocados descubrí que vistos desde fuera eran vulgares puertas vidriadas.Y
que, vistos desde dentro, a causa del cristal que doblaba el papel, no tenían
la hinchazón y el dulzor de los auténticos. O sea, el efecto era
descorazonador. En ese momento te preguntas si no hubiera sido mejor poner unas
simples v honestas puertas de cristal y te muerdes los dedos. Si se tratara de otro
posiblemente uno me burlaría, pero tratándose de uno mismo no se tiene a bien
admitir que se está equivocado mientras no se haya ensayado hasta la última
posibilidad.
Se encuentran últimamente en el comercio lámparas eléctricas en forma de
faroles portátiles, o suspendidas, o cilíndricas, incluso en forma de
candeleros, más en armonía con las estancias de la casa japonesa. Sin embargo
no me gustan en absoluto y, por mi cuenta, he buscado en las tiendas de
cambalaches lámparas de petróleo, mariposas y linternas para la cabecera de la
cama de otros tiempos, adaptándoles bombillas eléctricas.Sin embargo han sido los
aparatos para la calefacción los que mayores dolores de cabeza me han dado. De
todos los que se designan con el nombre génerico de "estufas" no hay
uno, en efecto , cuya forma pueda convenir a una estancia japonesa.
La estufa de gas produce un zumbido continuo y, a menos que se le haya
previsto una chimenea de evacuacion, produce rapidamente jaqueca. La estufa eléctrica
seria ideal si sus formas no fueran tan desabridas. Sin duda se podrían
disponer sobre los estantes radiadores parecidos a los que se utilizan en los
tranvías, pero el no ver el enrojecimiento progresiuo del fuego suprimiría todo
el encanto del invierno y la intimidad familiar sufriría las consecuencias. Por
mi parte, después de muchas congeturas, he mandado construir una gran chimenea
central , como las que existen en las casas del campo, y he colocado un fuego
eléctrico. Este dispositivo me permite,al mismo tiempo, tener caliente el agua
del té y calentar la estancia y, reserva hecha de lo que ha costado , la
operacion, estéticamente, ha resultado todo un éxito. Había, pues, resuelto
satisfactoriamente el problema de la calefacción, pero el cuarto de baño y los
lugares de aseo iban a provocarme nuevas preocupaciones,
El dueño del KAIRAKUEN, rehusando emplear baldosines para los baños y
evacuatorios,hizo construir los cuartos de baño en madera, pero ni que decir
tiene que el embaldosado es mil veces más económico y practico. Se podría
utilizar una hermosa madera japonesa para el techo, los pilares y las puertas
corredizas y resignarse con unos baldosines chillones para el resto, pero
entonces el contraste sería demasiado fuerte. Pase todavía cuando el conjunto
es nuevo, pero con el paso de los años las placas de madera habrán cojido
patina y sólo el embaldosado conservará su brillo blanco y liso. Se habrá,
literalmente, casado la madera con el bambú. Para el cuarto de baño las cosas pueden
atenerse al rigor, sacrificando un poco el lado práctico en beneficio del buen
gusto. Pero fue cuando pasé a los evacuatorios cuando los problemas surgieron
de lo lindo.
*
Cada vez que en un monasterio de Kyoto o de Nara me enseñan el camino de
los retretes, construidos a la manera antigua, semioscuros y, sin embargo, de
una limpieza meticulosa, experimento intensamente la rara calidad de la
arquitectura japonesa.
Un pabellón de té, lo comprendo muy bien, es un lugar agradable, pero los
retretes de estilo japonés son algo concebido verdaderamente para la paz del
espiritu. Siempre aparte del edificio principal, están dispuestos al abrigo de
un bosquecillo desde donde llega un olor a verde follaje y a musgo. Después de
haber tenido que seguir una galería cubierta para llegar hasta ellos, acurrucado
en la penumbra, bañado en la dulce luminosidad de los SHOJI y sumergido uno en
sus meditaciones, se experimenta , al contemplar el espectaculo del jardín que
se extiende bajo la ventana, una emoción imposible de describir. Entre los
placeres de la existencia humana el maestro SOSEKI contaba, parece ser, el
hecho de ir cada mañana a aligerar su cuerpo, precisando que era una
satisfacción de orden puramente fisiológico. En un momento así no hay , para
apreciar plenamente este placer, un lugar más adecuado que los retretes de
estilo japonés, desde donde se puede, al abrigo de unos muros muy simples,de nítida
superficie, contemplar el azul del cielo v el verde del follaje. Aún a riesgo
de repetirme, añadiré, por otra parte, que una cierta cualidad de penumbra una
absoluta limpieza y un silencio tal que el silbido de un mosquito ofuscaría el
oido,son condiciones indispensables.
Cuando me encuentro en semejante lugar me gusta escuchar caer una lluvia
dulcemente acompasada y ello,particularmente,en estas construcciones propias de
las provincias orientales donde se han dispuesto al ras del piso unas aberturas
estrechas y largas para recoger las barreduras, de tal forma que se puede
escuchar muy cercano el sonido tranquilizador de las gotas que, cayendo desde
el borde de la marquesina o de las hojas de los árboles, salpican de barro el
pie de las lámparas de piedra,impregnando el musgo de las lozas antes de que
las absorba el suelo. Verdaderamente estos lugares son ideales para el murmullo
de los insectos, el canto de los pájaros,también para las noches de luna. Es el
mejor lugar para degustar la punzante melancolía de las cosas en cada una de
las cuatro estaciones y, sin duda, los antiguos poetas de HAIKAI debieron
encontrar en estos lugares temas innumerables.
Tampoco es desacertado decir que es, en los retretes, donde la arquitectura
japonesa ha alcanzado las cimas del refinamiento. Nuestros antepasados, que
poetizaban cualquier cosa, lograron, paradójicamente, transmutar en un lugar
del más exquisito buen gusto el sitio que , en toda morada, debiera ser, por su
función, el más sordido,y por una estrecha unión con la naturaleza esfumarlo en
una red de delicadas asociaciones de imágenes.
Comparada con la actitud de los occidentales que, deliberadamente,
decidieron que el lugar era sucio y era preciso guardarse de hacer la más
mínima alusión en público, infinitamente más sabia es la nuestra, pues
nosotros, sin duda, hemos penetrado en este asunto hasta el tuétano del
refinamiento. Los inconvenientes, si no hay más remedio que buscarlos, serían
el alejamiento y la incomodidad que resultan cuando se ve uno obligado a ir allí
en plena noche y, por otra parte, el riesgo en invierno de coger un resfriado.
No obstante, retomando una frase se SAITO RYOKU , el refinamiento es cosa fría.
El hecho de que reine en estos lugares un frío igual al que puede hacer al aire
libre será un placer suplementario.
Me desagrada soberanamente que en los cuartos de baño de estilo occidental de
los hoteles se haya venido a colocar el calor de la calefacción central. Para
un aficionado al estilo arquitectónico del pabellón de té, los retretes de
estilo japonés representan ciertamente un ideal y son muy apropiados, sin duda,para
un monasterio donde los edificios son relativamente amplios para el número de
personas que viven en ellos, no faltando, por otra parte, nunca la mano de obra
para la limpieza. Pero en una casa normal, por el contrario, no son tan fáciles
de conservar limpios. Sobre un suelo de madera o cubierto de TATAMIS se tendra
mucho cuidado en pasar el trapo puntualmente, aunque la suciedad acabe, de
todas formas,por saltar a la vista. Y es por ello,que uno, un buen día, se
resuelve a hacer poner baldosines e instalar una taza con una cisterna,
equipamiento, sin duda mucho mas higiénico y de limpieza más fácil, pero que no
tiene, en revancha, la menor connotacion con el "refinamiento" o el
"sentido de la naturaleza".
Situado en un lugar con una luz cruda, entre cuatro muros tirando a
blanco,se perderá todo deseo de complacerse en la famosa "satisfacción de orden
fisiologico"del maestro SOSEKI. Es verdad que toda esta blancura es de una
limpieza evidente,pero la cuestión es saber si hace falta poner tanto esmero en
el lugar destinado a recoger los deshechos de nuestro cuerpo. Estaría
completamente fuera de lugar que la más hermosa muchachita del mundo, aunque
tuviese una piel de nacar, exhibiese en público su trasero y sus nalgas y, de
la misma forma, es una total falta de educación iluminar parecido lugar de una
forma tan chillona: sobra con que la parte visible sea impecable para que se
conceda un prejuicio favorable a lo que no se ve. Es infinitamente preferible
velar semejante lugar con una sombra indistinta y no dejar más que
adivinar,apenas,el limite entre lo que es limpio y lo que lo es menos.
Por todas estas razones, cuando me he construido mi casa, he optado por los
aparatos sanitarios pero me he negado a poner baldosines^y he hecho colocar en
su lugar un suelo de madera de alcanfor. Esperaba, de la misma suerte,
encontrar alguna cosa de estilo japonés, pero los quebraderos de cabeza han
venido con el urinario. Me explico: como se sabe los urinarios son todos en
porcelana con adornos de metal brillante. Mis preferencias personales para este
tipo de utensilios, para uso masculino o femenino, se dirigen hacia la madera.
Evidentemente no quiero una madera encerada, pero la madera en bruto, por sí
misma, con el paso de los años,va cogiendo un tinte oscuro y el granulado
desprende un cierto hechizo que calma poderosamente los nervios. Debo precisar que
para mí el ideal sería un urinario con forma de Dondiego de día hecho de madera
y relleno con hojas de cedro completamente verdes, lo que sería agradable a los
ojos y, por lo demás, silencioso.
Sin llegar a permitirme tal extravagancia he querido, por lo menos, hacerme
fabricar una taza conforme a mis gustos, dejada ya la cuestion del urinario,
pero para obtener cosa tan singular ha sido preciso tanto trabajo y tanto
dinero que he terminado por renunciar.
Ni que decir tiene que yo no tengo nada contra la adopción de las comodidades
que ofrece la civilización moderna en materia de iluminación, de calefacción,
en tazas de retrete, pero me he preguntado también por qué, siendo las cosas
como son, no dejamos de darle tanta importancia
a nuestras costumbres y a nuestros gustos, y si es, verdaderamente, imposible conformarnos
sin mas.
*
Actualmente están de moda las lámparas eléctricas en forma de faroles
portátiles, lo que prueba que nos hemos dado cuenta del dulzor y el cariño que
teníamos por unos tiempos olvidados, apropiados para una substancia que se
llama "papel".
Hemos reconocido que, mejor que el cristal, concuerda con la casa japonesa;
peroel sentimiento de esta armonía necesaria no ha llegado todavía al comercio
de las instalaciones de los retretes o estufas.
En materia de calefacción, estoy persuadido, pues lo he probado, no hay
nada mejor que un fuego eléctrico instalado en la chimenea, pero no he
encontrado a nadie que pueda poner a punto un dispositivo, tan simple por otra
parte, (existen bastantes braseros eléctricos que como medio para calentarse no
valen más que los braseros a carbón), lo que hace que, en el comercio, se
encuentren caloríferos de tipo occidental de lo más inadecuado. Es un lujo, lo
admito, ponerse pesado, en nombre del buen gusto, con detalles tan triviales de
la vida cotidiana. Habrá quien me haga notar que lo importante es defenderse
contra el frío y el hambre, y que la forma importa bien poco. De hecho, por
mucho que se fíe uno de su paciencia: "Los días de nieve son verdaderamente
fríos", y si existe a mano un medio eficaz de mitigar el inconveniente,
está fuera de razón discutir sobre su mayor o menor elegancia. Es pues
inevitable que se tenga deseo de gozar sin segunda intención de este confort
nuevo, lo que concibo muy bien; y si oriente y occidente hubiesen elaborado
civilizaciones científicas distintas, ¿cuáles serían las formas de nuestra
civilización y hasta qué punto serían tan diferentes de lo que son? Este es el
tipo de cuestiones que me planteo habitualmente.
Supongamos, por ejempio, que hubiésemos desarrollado una física, una química
de estilo propio, personal, las técnicas, las industrias basadas en estas
ciencias hubieran seguido vías diferentes, las maquinas de uso cotidiano, los
productos químicos,los productos industriales ¿no hubieran estado mejor
adecuados a nuestro genio nacional?
Y no está tampoco prohibido pensar que en tal caso las principios mismos de
la física y de la química , considerados desde un ángulo distinto del de los
occidentales,se hubiesen revelado bajo otro aspecto, muy diferente del que se
nos enseña hoy,en lo que concierne, por ejempio, a la naturaleza y las
propiedades de la luz, de la electricidad o del átomo.
Ignorando todo sobre la física teórica he caido en la ocurrencia de dejar
correr mi imaginación. Para los descubrimientos de orden práctico, sin embargo,
si hubiésemos seguido direcciones originales las repercusiones hubieran sido,
sin ninguna duda, considerables sobre la forma de vestir, de alimentarnos, de
alojarnos, lo que es lógico, pero también sobre las estructuras políticas,
religiosas, artísticas y económicas pudiéndose imaginar, siendo oriente como
es, que hubiésemos encontrado soluciones radicalmente diferentes.
Voy a poner un ejemplo muy simple: hace poco, en la revista BUNGEI SHUNJU
publiqué artículo en el que comparaba la pluma y el pincel. Bien , supongamos
que el inventor de la pluma estilográfica hubiera sido un japonés o un chino.
Es evidente que la hubiera provisto no de una pluma metalica, sino de un
pincel. Entonces no se utilizaría la tinta azul, sino cualquier otro líquido
parecido a la tinta china que se hubiera ingeniado para hacer bajar desde el
depósito hasta los pelos del pincel.
Por vía de consecuencia los papeles de tipo occidental, inadecuados para el
uso del pincel, hubiese sido preciso, para atender a una demanda creciente.
producirlos en cantidades industriales y en un tipo análogo al papel japonés,
una especie de HANSHI mejorado. Así, si el papel, la tinta china y el pincel se
hubiesen desarrollado en esta vía, la pluma metálica y la tinta occidental no
hubiesen jamás conocido la boga actual,y los partidarios de los caracteres
latinos no hubieran encontrado audiencia alguna,mientras los ideogramas y los
KANA hubieran sido objeto de una predilección unánime y nuestra literatura ¿hubiera
entonces imitado servilmente a la occidental y su saber? Posiblemente entonces
estaríamos en camino de un mundo nuevo y completamente original.
Por medio de estas reflexiones he querido demostrar que la forma de un útil
de aparente insignificancia podria haber tenido repercusiones hasta el
infinito.
*
Sé muy bien que todo esto no es más que producto de la imaginación de un novelista,
y es evidente que llegados a este punto no es cuestión de volver atrás y de
rehacerlo todo. Es por ello que lo que he hecho hasta ahora no ha sido más que desear
lo imposible y extenderme en vanas recriminaciones.
Toda acrimonía aparte,no está prohibido, creo, que nos preguntemos y nos
pongamos a considerar en qué medida estamos en desventaja con respecto a los
occidentales. En una palabra, occidente ha seguido su camino lógico para llegar
a su estado actual, mientras nosotros, puestos ante una civilización más
avanzada, no hemos podido hacer otra cosa que introducirla
en
nuestra casa, pero, como contrapunto, hemos side inducidos a bifurcarnos en una
direccion muy distinta de la que seguíamos desde hace milenios: Muchos de los
embarazos y estorbos que sufrimos nos vienen de ahí.
Admito sin reticencias, toda vanidad echada a un lado, que no hemos
realizado muchos progresos materiales en el curso de los últimos cinco siglos.
Es verdad que yendo a los campos de China o de la India se descubrirán formas
de vida que no han cambiado desde los últimos tiempos de Buda o de Confucio.
Pero, sea lo que sea, la direccion que habíamos tomado era la que convenía a
nuestra naturaleza, y si bien mucho más tarde, de todas formas, a fuerza de
avanzar a pequeños pasos, nada dice que no hubiéramos inventado los
instrumentos de una civilización avanzada, equivalente de nuestros tranvías
actuales, de nuestros aviones, de nuestra radio, los cuales no hubiesen sido préstamos
de otro, sino objetos realmente adaptados a nuestros deseos personales.
Véase, por ejempio, nuestro cine: se diferencia del americano, lo mismo que
del francés o del alemán, por el juego de sombras, por el valor de los
contrastes. Incluso, independientemente de la puesta en escena, o de los temas
tratados, la originalidad del genio nacional se revela ya en la misma
fotografía. Y si bien nos servimos de los mismos aparatos, de los mismos
reveladores, de los mismos films, suponiendo,sin embargo, que hubiésemos puesto
a punto una técnica fotográfica que nos fuese propia, está permitido
preguntarse si no hubiera estado mejor adaptada a nuestro color de piel, a nuestro
aspecto, a nuestro clima, a nuestras costumbres.
Y si hubiésemos inventado la radio o el fonógrafo, es posible que
estuvieran concebidos para valorizar las cualidades de nuestra voz y nuestra música.
En su origen,en efecto. nuestra música se caracteriza por una cierta moderación,
por la importancia que concede al ambiente, si bien, grabada y después ampliada
con altavoces, pierde la mitad de su encanto.
En la oratoria evitamos las ostentaciones de la voz, cultivamos la elipsis y damos importancia extrema.sobre
todo, a las pausas. Así es que la reproducción mecánica de los discursos destruye la
pausa completamente. Y es por eso que al haber acogido estos aparatos nos hemos
visto inducidos a desnaturalizar nuestras artes.
Mientras que los occidentales, al tratarse de aparatos inventados y
adaptados por y para ellos, los han, evidentemente, acondicionado desde el
principio a su propia expresión artística. Se puede decir que, con este simple
hecho, hemos sufrido graves daños.
*
El papel, se nos ha dicho, es una invención de los chinos. Cuando miramos un
papel tipo occidental tenemos la impresión de que no sea sino una materia más que
utilitaria, sin embargo, es suficiente con ver la textura de un papel de China
o de Japón para sentir una especie de tibieza que nos alegra el corazón. A
igual blancura,la del papel occidental difiere por naturaleza de la de un HOSHO
o de la de un papel blanco de China. Los reflejos luminosos parecen rebotar en
la superficie del papel occidental, mientras que en la del HOSHO o del papel de
China, suave como las primeras nieves, son absorbidos tiernamente. Además,
agradable al tacto, nuestros papeles se doblan y arrugan sin ruido. El contacto
es dulce y ligeramente húmedo, como el de las hojas de los árboles.
De una manera más general, la vista de un objeto brillante nos produce
cierto malestar. Los occidentales utilizan, incluso en la mesa, utensilios de
plata, acero, niquel,que limpian para hacerlos brillar mientras que nosotros
sentimos escalofríos ante lo que brilla de tal forma. Nosotros mismos, a veces,
llegamos a utilizar calderas,copas, frascos de lata, pero nos guardamos muy
mucho de pulirlos de la forma como lo hacen los occidentales. Muy al contrario,
nos regocija ver teñirse su superficie,con la ayuda del tiempo, incluso
ennegrecerse. No hay casa donde un sirviente mal avisado no sea reprimendado
por haber limpiado excesivamente un utensilio de plata cubierto de una preciosa
patina.
Ultimamente se ha extendido la costumbre de utilizar el estaño en la cocina
china y, posiblemente, los chinos aprecien las propiedades de este metal en
cuanto a su facilidad de coger patina se refiere. Nuevo,recuerda al aluminio y
la impresión que produce no es nada agradable. Los chinos no lo hubieran
adoptado si no esperasen que con el envejecimiento no fuese tomando un no sé
qué de elegante. Por otra parte se le graban poemas que, con la superficie
ennegrecida del estaño, formarán un conjunto perfecto. Sin duda, en manos de
los chinos, este metal ligero, vulgar escoria, se ha convertido en una materia
densa y de buena calidad, con reflejos profundos, como una cerámica.
Son los chinos también quienes aprecian profundamente esa piedra llamada
jade: ¿No es preciso ser de extremo oriente, como nosotros, para encontrar un
atractivo en estos bloques de piedra, extranamente turbios,que aprisionan en el
trasfondo de su masa fulgores huidizos y perezosos, como si en ellos se hubiese
coagulado un aire de varios siglos? ¿Qué es lo que nos atrae de una piedra como
esta que no tiene ni los colores de la esmeralda o del rubí, ni el brillo del
diamante? Lo ignoro,pero a la vista de su superficie turbia siento que es una
piedra específicamente china,como si su espesosr cenagoso se hubiese formado de
alubiones lentamente depositados desde el pasado lejano de la civilizacion de
China, y debo reconocer que no me extraña la predilección de los chinos por
parecidos colores y substancias.
Refiriéndose al cristal de roca se ha importado últimamente en grandes
cantidades desde Chile, pero , comparado con el de Japón, el de Chile peca de
un exceso de pureza y limpidez. El cristal que ha existido desde siempre en la
provincia de Kai, cuya transparencia esta enturbiada por ligeras nubes, da la
impresión de ser de una mayor densidad; en cuanto al cristal que contiene
"paja", ese que en su interior encierra un aire de materia opaca, ese
nos produce placer, un placer más vivo, sin duda alguna.
El mismo cristal,el de Kanryu, por ejempio, que han obtenido los chinos, ¿no
está próximo al jade o a las ágatas, más que a los cristales occidentales? Los
orientales conocemos de muy antiguo la fabricación del cristal, pero no se ha
desarrollado entre nosotros como lo ha hecho en Europa:si, por el contrario.
hemos desarrollado considerablemente la cerámica, es, sin duda alguna, debido a
nuestro genio nacional.
No es que tengamos una prevención a priori contra todo lo que brilla, pero
a un reflejo superficial y frío hemos siempre preferido los reflejos profundos,
un poco velados, o sea, en las piedras naturales y en las materias artificiales
nos gusta esa brillantez ligeramente alterada que evoca, irresistiblemente, los
efectos del tiempo.
"Efectos del tiempo", palabras que suenan bien , aunque, a decir
verdad, hay que hablar del brillo que produce la grasa de las manos. Los chinos
tienen una frase para expresarlo:"El lustre de la mano". Los
japoneses decimos el "uso". El contacto de las manos en el curso de
un largo tiempo de utilizacion, su frotamiento, siempre aplicado a los mismos
lugares, produce con el tiempo una impregnación grasa; en otros términos,ese
lustre es la grasa de las manos.
Esto explica que al aforismo:"El refinamiento es cosa fria" se
haya podido anadir:" ...y un poco sucia" . Sea lo que que sea, es
innegable que en el buen gusto en el que nos engreimos entran elementos de una
limpieza dudosa y de una higiene discutible.Contrariamente a los occidentales, que
se esfuerzan en hacer desaparecer cualquier elemento que se parezca a la
suciedad, los extremo orientales la conservan preciosamente, tal cual, para
hacer de ella un elemento de belleza.
Es un defecto,me dirán ustedes, y estoy de acuerdo, pero no es menos cierto
que amamos los colores y el lustre de un objeto manchado por la grasa, por el
hollín o la intemperie, o que lo parezca, o que nos gusta vivir en un aposento
entre utensilios que tengan esta cualidad, lo que, curiosamente, nos alegra el
corazón y nos calma los nervios.
A este respecto siempre he pensado que los muros de una habitación de
hospital,las ropas de los médicos, los instrumentos quirúrgicos etc. no deberían,
cuando el paciente es japonés, tener ese brillo metálico o esa blancura
uniforme, sino que debieran poseer tintes sombreados y más dulces. Si el
enfermo fuese atendido en una sala de estilo japonés, con los muros un poco
sucios, tendido sobre TATAMIS, sin duda su aprensión sería menor. Si detestamos
ir al dentista, por una parte, es debido a la repulsión que nos inspira el
ruido de la fresa perforando el diente, pero la culpa también está en el pavor
que sentimos ante la superabundancia de instrumentos de cristal y de metal
resplandeciente.
En una época en la que tenía una gran depresión nerviosa, nada más que
escuchar hablar de un dentista llegado de America, muy orgulloso de su
instalación ultramoderna,se me ponía la carne de gallina. Iba, sin embargo, muy
contento a uno que había instalado,como se ve aún en las ciudades pequeñas, su
consulta, un poco viejecilla, en una antigua casa de estilo japonés.
Se dirá que sería un fastidio el que los instrumentos quirurgicos fuesen
ennegrecidos por el tiempo, pero es probable que, si la medicina moderna
hubiese salido de Japón, se hubiesen imaginado instalaciones e instrumentos más
en armonía con la casa japonesa. Este es, pues, uno más de los muchos malestares
que sufrimos por usar utensilios que nos vienen prestados.
*
Hay en Kyoto un famoso restaurante que se llama WARANJIYA. En este local los
reservados, aún recientemente, eran iluminados no con luz eléctrica, sino con
unos arcaicos candeleros que le daban su fama. Pues en la primavera de este año
volví allí y me dí cuenta que,tras mi larga ausencia, allí también había hecho
su aparición la luz eléctrica a base de lámparas en forma de faroles
portátiles. Pregunté que desde cuando se hacía eso, a lo que se me respondió
que desde el año anterior, que muchos clientes encontraban el resplandor de las
candelas demasiado oscuro y que no hubo más remedio que ponerlo, pero que a las
personas que preferían las cosas de antaño se les traía candeleros.
Yo había ido precisamente para ofrecerme tal placer y, por supuesto, hice que
me llevaran un candelabro. Fue entonces cuando sentí por primera vez lo que es
ese resplandor incierto que realza la belleza de las lacas japonesas. Los
reservadosdel WARANJIYA son saloncitos de
té, íntimos, de una superficie de cuatro TATAMIS y medio, cuyos pilares del
TOKO NO MA y el techo tienen reflejos negruzcos que hacen,incluso con una
lámpara eléctrica en forma de farol, reine la impresión de oscuridad. Cuando
fue reemplazada la lámpara por un candelero, aún más oscuro, y pude contemplar
las bandejas y los tazones al resplandor vacilante de la llama, descubrí en los
reflejos de las lacas, profundos y espesos como los de un estanque, un hechizo nuevo
y distinto. Supe entonces que si nuestros antepasados habían encontrado esa capa
de pintura que se llama "laca" y se habían dejado hechizar por los
colores y el brillo de los utensilios cubiertos por ella, no era producto del
azar.
Mi amigo Sabarwal me afirma que en la India todavía se desdeñan las cerámicas
en la mesa prefiriéndose, con mucho, las lacas. Nosotros, por el contrario,
excepto en la ceremonía del té, o en ciertas ocasiones solemnes, no utilizamos
más que cerámica,salvo para las bandejas y los tazones de caldo, pues para
nosotros las lacas han degenerado en algo rústico y desprovisto de elegancia.
¿No será culpa exclusiva de la claridad que proporcionan los nuevos medios de
iluminación? Efectivamente, se puede decir que la oscuridad es la condición
indispensable para apreciar la belleza de un objeto de laca.
En nuestros días se fabrican también "lacas blancas", cuando
siempre la superficie de las lacas había sido negra, marrón o roja, en tanto
que colores que constituían una estratificación de no sé cuantas "capas de
oscuridad" que hacían pensar en una cierta materializacion de las
tinieblas cercanas. Una arqueta, una bandeja, un estante de laca brillante con
diseños en polvo de oro pueden parecer objetos alborotadores, chillones,
incluso vulgares, pero hagan la prueba, sumerjan el espacio que los rodea en
una profunda oscuridad, después sustituyan la luz eléctrica o solar por el
resplandor de una única lámpara de aceite o de un candelero y observarán rápidamente
como estos objetos chillones adquieren profundidad, sobriedad y densidad.
Cuando los artesanos de antaño embadurnaban de laca estos objetos, cuando trazaban
sobre ellos dibujos en polvo de oro, tenían , sin duda, en mente la imagen de
cualquier habitación oscura y contemplaban, sin temor a equivocarse, el efecto
que se obtendría con una luz indigente; si usaban el color dorado con profusión
es de presumir que tenían en cuenta la manera en que destacarían en la
oscuridad ambiental y la forma en que reflejarían la luz de las lámparas. Pues
una laca decorada con polvo de oro no está diseñada para ser abarcada de un
vistazo en un lugar iluminado, sino para ser adivinada en un lugar oscuro, con
un resplandor difuso que por instantes revele uno u otro detalle, de tal suerte
que la mayor parte de su decoración suntuosa, constantemente disimulada en la
sombra, suscite resonancias inexplicables.
Además,
la brillantez de una superficie centelleante refleja, emplazada en un sitio
oscuro, la agitacion de la llama, denunciando la menor corriente de aire que de
tanto en cuanto atraviesa la estancia, por muy suave que sea, incitando,
discretamente, al hombre al ensueño. No estando los objetos de laca en un
espacio umbroso, este mundo de ensueño, a la incierta claridad que secretean
las lámparas de aceite, candeleros,esas palpitaciones, ese pulso de la noche
que son los parpadeos de la llama, perderían,seguro, una buena parte de su
fascinación. Al igual que delgados hilillos de agua corriendo sobre las esteras,
los haces captados, aquí uno, allí otro, propagándose tenues, inciertos y centelleantes,
tejiendo sobre la trama de la noche como un alfanje damasquino hecho a base de
dibujitos de oro.
Una vajilla de cerámica no es, ciertamente, algo de despreciar, pero en las
cerámicas faltan esas cualidades de sombra y de profundidad de las lacas. Al tocarlas
son pesadas y frías, permeables al calor no convienen muy bien a los alimentos
calientes;junto a esto tenemos que el menor golpe les hace producir un ruido
seco, mientras que las lacas, ligeras y dulces al tacto, no ofuscan el oido.
Para mí, cuando tengo en el hueco de la mano un tazón de caldo, no hay nada más
agradable que la sensación de pesadez líquida, de viva tibieza que experimenta
la palma. Es la misma sensacion que se experimenta al tocar la piel elástica de
un recien nacido.
Todo esto son una buena serie de razones para entender por que se sirva aún
hoy el caldo en un tazón de laca, pues un recipiente de cerámica está muy lejos
de proporcionar satisfacciones semejantes. Y, por otra parte, un líquido
contenido en una cerámica muestra rápidamente su cuerpo y su color. Por el
contrario la taza de laca, cuando se destapa, nos proporciona, hasta que la
llevamos a la boca, el placerde contemplar en sus oscuras profundidades un líquido
que se distingue apenas del continente y que se estanca, silencioso, en el fondo.
Es imposible discernir qué es lo que se encuentra en las tinieblas de la taza,
pero nuestra mano percibe una lenta oscilación fluida, una ligera exudación que
recubre los bordes de la taza nos dice que el vapor se ha desprendido y el perfume
que transporta ese vapor nos ofrece una sutil anticipación del sabor del líquido,
justo antes de que nos lo llevemos a la boca. Qué goce en ese instante, qué
diferencia tan grande de la que se experimenta ante una sopa presentada en un
plato grande y blanquecino de estilo occidental.
No es exagerado afirmar que es algo de naturaleza mística, inclusive con un
cierto regusto a zen.
*
Cuando escucho el sonido parecido al canto de un insecto lejano, ese silbido
ligero que arrulla el oido, emitido por una taza de caldo puesta ante mí, de la
que saboreo anticipadamente y en secreto el perfume del brebaje, cada vez que
esto ocurre,me siento entrar en los dominios del éxtasis. Los aficionados al té,
se dice,conocen en el murmullo del agua que hierve, y que para ellos evoca el
viento entre los árboles, un rapto parecido, cercano, posiblemente, al que yo
siento.
La cocina japonesa, se ha podido decir, no es cosa que se coma, es algo que
se mira; en tal caso estaría tentado de decir: que se mira y, mejor aún, ¡que
se medita!.
Tal es el efecto, el resultado de la silenciosa armonía existente entre el
replandorde los candelabros pestañeando en la sombra y el reflejo de las lacas.
No hace mucho, el maestro SOSEKI celebraba en su novela KUSA MAKURA los
colores del YOKAN, y, en cierto sentido, esos colores ,¿no llevan a la
meditación? Su superficie turbia, semitraslúcida, como la del jade, esa
impresión que da de absorver hasta en su masa la luz del sol, de encerrar en
una claridad indecisa como un sueño,esa concordancia profunda de tintes, esa
complejidad. no la encontramos en ningún pastel occidental. Comparar el YOKAN
con cualquier crema sería algo superficial e ingénuo.Depositad, sin embargo,
esa armonía coloreada que es el YOKAN, en una bandejade pasteles hecha de laca,
sumergidia en una sombra tal que apenas se vislumbre el color y se convertirá
en el lugar idoneo para su contemplación. Y cuando al fin os llevéis a la boca
esa materia fresca y lisa, sentiréis fundirse en la punta de la
lengua
como una parte de la oscuridad de la sala, solidificada en una materia
azucarada, y el YOKAN, en resumidas cuentas bastante insipido, lo encontraréis
de una extraña profundidad que realza el gusto.
Todos los paises han debido, ciertamente, buscar una concordancia de
colores entre los manjares, la vajilla e incluso los muros. La cocina japonesa,
en todo caso,si se la sirve en un lugar demasiado iluminado, con una vajilla
donde predomine el blanco,pierde, rápidamente, la mitad de su atractivo. La
sopa de MISO roja, por ejempio,que tomamos todas las mañanas, observad un poco
su color y comprenderéis fácilmente que ha sido inventada en las sombrias casas
de antaño.
Me ocurrió un día, convidado en una reunión de té, de ver como me ponian delante
una sopa de MISO, y a esta sopa, cenagosa, color de arcilla, que había tomado siempre
sin prestarle la menor atención, le descubrí de repente, al verla a la difusa luz
de los candelabros, que retenía en el fondo de la taza de laca negra una
profundidad real y un tinte de lo mas apetitoso.
También el SHOYU, esa salsa pegajosa y brillante , gana mucho al ser
observada en la sombra, concordando con ella en un conjunto perfecto, sobre todo
si se utiliza, como se hace en la region de Kyoto, para sazonar el pescado
crudo, las legumbres confitadas o hervidas, siempre que sea de la variedad
llamada TAMARI. Por otra parte el MISO blanco, el TOFU, el KAMABOKO, el engrudo
de patatas, los peces de carne blanca, en resumen, todos los alimentos blancos.
No pueden ser realzados si se clarifica demasiado su entorno, el arroz el
primero. Sólo mirarlo cuando es presentado en una caja de laca negra y
brillante, depositado en un rincón , estimula nuestro apetito, satisfacciendo
plenamente nuestro sentido estético. Ese arroz inmaculado, cocinado a punto,
amontonado en una caja negra que, desde el instante en que se levanta la tapa
emite un cálido vapor, del que cada grano de arroz brilla como una perla, no
hay un solo japonés que al contemplarlo no sienta una irreemplazable
generosidad.
Llegados a este punto, uno se da cuenta de que nuestra cocina concuerda con
la sombra, que entre ésta y la sombra existen lazos indestructibles.
*
Soy un auténtico profano en materia de arquitectura, pero he oido decir que
las catedrales góticas de occidente son consideradas de gran belleza por la
altura de sus techos y por la audacia de las flechas que desaparecen en el
cielo. Por el contrario,en los monumentos religiosos de nuestro país, los
edificios se ven aplastados por las enormes tejas y su estructura desaparece
completemente en la sombra profunda y amplia que proyectan las marquesinas.
Visto desde fuera, y ello es verdad no sólo para los templos, sino también para
los palacios y las moradas del común de los mortales, lo que primeramente atrae
la mirada es el inmenso techo, esté cubierto de tejas o de caña. y la sombra
que reina bajo la emboladura.
Tan espesa es la sombra a veces que, en pleno día, en las tinieblas cavernosas
que proyecta la marquesina se distingue apenas la entrada, las puertas, los
tabiques o los pilares. En la mayor parte de los edificios antiguos, lo que es
cierto para edificios imponentes como el CHION IN o los HONGANJI así como para
cualquier casa de labriegos perdida en cualquier lugar del campo. Si se compara
la parte inferior, bajo la marquesina,con el tejado que la sobremonta, se tiene
la impresión de que la parte mas pesada y más extensa es el techo, impresión al
menos visual.
De esta guisa, cuando emprendemos la construccion de nuestras casas, antes de
nada desplegamos el techo lo mismo que una sombrilla, determinando en el suelo
un perímetro protegido del sol, después, en tal penumbra, disponemos la casa.
Bien entendido que una casa occidental no puede pasarse más allá del tejado,
pero su disposicion general no va en función de obstaculizar la luz del sol
tanto como proteger el interior de las intemperies. Así, se construyen de tal
forma que expandan la menor sombra posible, y con un simple vistazo sobre su
aspecto exterior permite reconocer que se ha buscado obtener en el interior la
mejor disposición posible a la luz. Si el techo japones es una sombrilla, el
occidental no es mas que un bonete. Más aún, como en un casquete, los bordes
son reducidos tan a la nada que los rayos del sol pueden llegar directamente
hasta ras del techo.
Si en la casa japonesa la marquesina del tejado sobresale tanto es debido al
clima, a los materiales de construcción y a otros diversos factores, sin duda
alguna.A falta, por ejempio, de ladrillos, cristal y cemento, fue preciso, con
el fin de protegerlas paredes contra las rafagas de lluvia laterales, proteger
el techo avanzandolo, aunque los japoneses hubieran preferido también unas
habitaciones claras a oscuras, se han visto de tal suerte impelidos a hacer de
la necesidad virtud. Así, eso que se llama belleza no es de ordinario más que
una sublimación de las realidades de la vida, y es así como nuestros
antepasados, constreñidos a vivir mal de su grado en habitaciones oscuras,
descubrieron un día la belleza en el seno de la sombra y, girando sobre si
mismos, se dispusieron a servirse de ella con intención de obtener efectos estéticos.
Efectivamente, la belleza de cualquier estancia japonesa, producida únicamente
por un juego en los grados de intensidad de la sombra, no necesita de ningún
accesorio.
El occidental, al ver esto, se ve golpeado por el despojamiento de
ornamentación y no cree tener ante si más que unos muros grises, desprovistos
de todo adorno, interpretación perfectamente legítima desde su punto de vista,
pero que prueba que no ha percibido en absolute el enigma de la sombra.
En cuanto a nosotros, no contentos con ello, en el exterior de las salas,
donde
ya de por si los rayos del sol no entran sino con dificultad, nos protegemos con
una marquesina, establecemos una galeria, para alejar, más aun la luz solar.
Y para completarlo, en el interior de la estancia, los SHOJI no dejan
entrar la luz que se proyecta desde el jardín sino con un tamizado reflejo.Así
pues, es precisamente esta luz indirecta y difusa la que constituye el factor
primordial de la belleza de nuestros hogares. Y para que esta luz agotada precaria,
impregne a fondo los muros de la habitación, estos muros sucios los adornamos de
colores oscuros intencionadamente. Se utilizan, en efecto, pinturas brillantes para
las habitaciones "blindadas" donde guardamos los objetos de valor,
las cocinas o los pasillos, pero los muros de una sala de estar están siempre
sucios y sólo de muy tarde en tarde lucen , pues, si estuvieran siempre
relucientes, todo el hechizo sutil y discreto de esta luz indigente se evaporaría.
Nos complacemos en esta claridad tenue, hecha de una luz exterior de
incierta apariencia, agarrada a la superficie de los muros de color crepuscular
y que conserva a duras penas una hálito de vida. Para nosotros, esa claridad
sobre un muro, o mejor dicho, esa penumbra, vale más que todos los ornamentos
del mundo, siendo algo de cuya vista jamás nos cansamos en absoluto. En tales
condiciones, huelga decirlo, los muros deben tener un color uniforme para no
perturbar dicha claridad; sí, de un cuarto a otro el color de fondo puede variar
un tanto, pero la diferencia, en todo caso, no será sino ínfima. No será una
diferencia de tinte, sino más bien una variación de intensidad, apenas un
cambio de humor en el que está mirando. Así, gracias a una imperceptible
diferencia en el color de los muros, la sombra de cada sala se distingue por un
matiz de tono.
Tenemos, en fin, en las salas de estar, ese fondo llamado TOKO NO MA, que adornamos
con una pintura, un ramo floral , pero que cuya función esencial no es decorativa
en si misma, pues se trata de añadir a la sombra, más que nada, una dimensión de
profundidad. En la misma elección de la pintura que colgamos allí lo que
buscamos en primer lugar es la armonía entre los muros del TOKO NO MA y la
pintura o TOKO UTSURI. Por la misma razón, siempre damos al montaje una
importancia igual a la del valor del gráfico, del caligrama o del dibujo, pues
un TOKO NO MA cuyo TOKO UTSURI estuviera en desarmonía destruiría el interés de
la obra maestra más indiscutible.
Puede ocurrir , sin embargo, que una caligrafía o una pintura sin ningún
valor intrínseco,colgada en el TOKO NO MA de un salón, forme un conjunto
perfecto con la sala, de cuyo hecho se desprendería que la estancia misma se
vería considerablemente valorizada.
Pero os preguntaréis, ¿en qué consiste esa concordancia cuando se trata de
una obra en si misma insignificante? Reside habitualmente en el aspecto antiguo
del papel, el color de la tinta o en las resquebrajaduras de la montura. Un
equilibrio perfecto se establece en tal momento entre aspecto, antiguo y la
oscuridad del TOKO NO MA .
Cuando se visitan los monasterios famosos de Kyoto o Nara le enseñan a uno normalmente,
suspendido en el TOKO NO MA de una gran sala, allá en el fondo, alguna pintura,
de la que se nos dice que es la obra maestra del monasterio, aunque, en este fondo,
por lo general tenebroso incluso en pleno dia, es imposible distinguir el
dibujo.
Se ve pues uno inducido, escuchando las explicaciones del guía, a buscar, a
adivinar los trazos de una tinta evanescente, y a imaginar que hay, sin duda,
una obra espléndida. A pesar de todo, uno siente que hay una perfecta armonía
entre esta pintura marchita y el oscuro TOKO NO MA, que considerándolo bien ,
no tiene importancia que el dibujo esté difuminado, sino más bien que esa
imprecisión es, precisamente, lo que conviene.
En un caso así la pintura no es, en suma, sino una superficie destinada a
recoger una luz débil e imprecisa, exactamente igual que un muro sucio, y es
por ello que damos tanta importancia, en la elección de un pintura, a la edad y
a la patina,pues una pintura nueva, sea en tinta diluida o en colores pálidos. tiene
el peligro,si no se le presta la atención debida, de destruir la sombra del
TOKO NO MA.
*
Si se compara una sala de estar japonesa con un dibujo a tinta china, los SHOJI
corresponderían a la parte en que la tinta es más diluida y el TOKO NO MA al
lugar donde está más espesa. Cada vez que contemplo un TOKO NO MA, esa obra del
refinamiento, me maravilla constatar hasta qué punto los japoneses han
penetrado los misterios de la sombra, y con qué ingeniosidad han sabido
utilizar los juegos de sombras y luces. Todo sin intención alguna de buscar un
efecto preciso. En una palabra, sin otro medio que madera sin preparar y unos
muros desnudos, se ha preparado un espacio escondido donde los rayos de luz que
se dejan penetrar generan por aquí, por allí, rincones vagamente oscuros. Y
como consecuencia, contemplando las tinieblas arrebujadas tras la viga
superior, alrededor de un florero, bajo un estante, aún sabiendo que no son más
que sombras insignificantes, sentimos que el aire del entorno encierra un
espeso silencio, que una serenidad eternamente inalterable reina en esta oscuridad.
Con todo, cuando los occidentales hablan de "los misterios de
oriente",es muy posible que entiendan con estas palabras esa calma un poco
inquietante que secretea la sombra cuando posee tal cualidad.
Yo mismo, en mi infancia, cuando arriesgaba una mirada hacia el fondo de un
TOKO NO MA de cualquier salón o "biblioteca", lugares jamás
mancillados por el sol, no podía deshacerme de un indefinible sentimiento aprensivo,
ni evitar un escalofrío recorriendo todo el cuerpo. Entonces, ¿dónde esta la
clave del misterio? Bien, desentrañaré el secreto: bien considerado no consiste
más que en la magia de la sombra; observad atentamente la sombra producida por
todos los recodos y el TOKO NO MA enseguida volverá a ser lo que es, simple y
llanamente un espacio vacío y desnudo. Es ahi donde nuestros antepasados se
mostraron geniales: al universo de sombras deliberadamente creado al delimitar
un espacio rigurosamente vacío le han sabido conferir una calidad estética
superior a la de cualquier fresco o decoración. Aparentemente no es más que un
puro artificio, si bien , de hecho, las cosas no son tan simples.
Se imaginará sin problema, por ejemplo, que la abertura de la ventana al
lado del TOKO NO MA, que la profundidad de las hornacinas, que la altura de los
pilares, han exigido, cada uno, una investigacion difícil que escapa a la
vista, y para mí, en todo caso, cuando estoy sumergido en el resplandor pálido
de los SHOJI de una "biblioteca", olvido que el tiempo pasa. Este término
de "biblioteca" viene dado porque desde antiguo uno se metía allí
para leer, razón de que exista la ventana que luego se ha convertido en una
simple toma de luz para el TOKO NO MA. Frecuentemente no es más que eso, pero
con un dispositivo destinado a reducirla al nivel deseado, filtrándola a través
del papel de los SHOJI. La luz exterior que se introduce por allí, a decir verdad,
la luz que aclara el envés de los SHOJI, toma un color frío y empanado, como si
los rayos del sol, llegados a duras penas desde el jardín hasta allí, después
de haberse deslizado bajo la marquesina y atravesado el corredor, hubieran
perdido su capacidad de iluminación, como si estuvieran tan anémicos que no
pudieran más que subrayar la blancura del papel.
Me ocurre con frecuencia pararme ante unos SHOJI para contemplar la
superficie del papel iluminada, pero no por ello deslumbrante. En las salas
inmensas de los monasterios, por ejemplo, la claridad esta atenuada, en razón
de la distancia que las separa del jardín, hasta tal punto que su pálida
penumbra es sensiblemente la misma en verano que en invierno, en tiempo bueno
que en tiempo cubierto, mañana, mediodía o tarde.
Los rincones sombreados que se forman en cada compartimiento de los cuadros
de los SHOJI, de armadura cerrada, semejando otros tantos regueros polvorientos
que harían pensar en una impregnación del papel , inmutable a toda eternidad.
En esos momentos llego a dudar de la realidad de esta luz de ensueño y
parpadeo, pues me produce el efecto de una bruma ligera que amortigua mis
facultades visuales.
Los reflejos blancuzcos del papel, como si fuesen impotentes a rasgar las tinieblas
espesas del TOKO NO MA, rebotan de alguna forma sobre la tiniebla, revelando un
universo ambiguo donde la luz y la sombra se confunden. ¿No habéis sentido
nunca,los que me leéis, en el momento de penetrar en una de estas salas, que la
claridad que flota, difusa, en la estancia, no es una claridad normal, que
posee una extraña cualidad, una pesadez particular? ¿No habéis experimentado
esa especie de aprehensión que se siente frente a la eternidad, como si de
morar en este espacio hiciese perder la noción del tiempo, como si los años
corriesen sin que uno se de cuenta, creyendo que en el instante de salir saldrá
convertido en un viejo canoso?
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