INSTANTANEA
(CARTA A UN AMIGO)
Tokyo, 24 de
mayo del 20...
Querido J. M. , te escribo esta carta justo
un día antes de ese acto, ya cotidiano, que se llaman elecciones. Aunque
cambien los de arriba, según tengo entendido, a tí no te afecta. ¿O sí te
afecta? Algún día me lo tendrás que explicar.
Bueno, no es eso sobre lo que yo quería
hablarte, aunque en el fondo pueda tener alguna relación.
Hoy tenía yo una charla sobre eso tan
español que llamamos Copla. Presentar por estas tierras ese tema, si se sabe
hacer, creo que no es tan difícil. Hay que saber hacer abstracciones de tiempo
y lugar y encontrar los puntos, tantos y tan abundantes, comunes al género
humano.
El viernes, circunstancias de la vida,
es un día de mucho trabajo y de poco dormir. Cuando llega el sábado quisiera
uno arrebujarse entre las sábanas y estar un siglo durmiendo, pero...
Hoy también me tuve que levantar para ir
a trabajar. Me preparé y salí de casa. El cuerpo y la mente iban como
entumecidos por el cansancio. En fín, lo de siempre. Hasta la estación del
tren, en estas tierras, en esta Megalópolis, el tren es los zapatos nuestros de
cada día, tardo como diez minutos. Tomo el tren y entre el gentío y el bochorno
me enfrasco en la lectura del último número de una revista.
Hablaba uno de los artículos de la
tradición y de la nueva estética. De los vestidos de faralaes adaptados a
tiempos modernos, a una mujer que es más ama de una plaza en una oficina que
ama de casa, del Gran Hermano de Roma al que no le cantaban en Gori-Gori, sino
con los ritmos más alegres del flamenco más nuevo. Estética nueva para un tema
muy viejo.
Tenía que hacer trasbordo al metro en
una de las mil estaciones perdidas en el mar de esta ciudad. Me dirijo al andén
que me pertenecía. Cuando estaba llegando al lugar, a la puerta por la que
quería entrar, tuve que restregarme los ojos porque no podía creer lo que
estaba viendo.
Decir hermosura, bellas formas,
proporción perfecta, mujer diez, es poco para definir a aquella mujer, no
etérea, que diría Bécquer, porque era corpórea y concreta, sino presente,
rotunda, una mujer mujer, en una palabra.
Todo el sopor que inundaba el cuerpo y
la mente volaron como si un huracán se los hubiera llevado. Todo yo desperté
como por una insuflación de vida ante la presencia de la bella.
No sé como podría ponderar a una mujer
de estatura elevada, comparada con la media, cabeza venusina, piel
aterciopelada, pelo azabache, rostro oriental con proporciones y curvas
griegas. Una Venus de Milo en versión de este país. Muy de aquí y al mismo
tiempo muy de cualquier lugar.
Pecho frondoso, sin exageración, cintura
proporcionada, perfecta para dejarse llevar en cualquier baile. Piernas firmes
y rectas, espalda como de bailaora de flamenco, trasero ni repingado ni
escuálido, melocotón perfecto para disfrutar con las dos manos.
No, me adelanto a tus sospechas. Mis
palabras no surgen de los entresijos de la libido, más o menos despierta a
golpe de hermosura. En última instancia surge de los meandros del sentimiento
de belleza que cada cual arrastra en el río de la sangre. Y hablo, claro está,
no de la desnuda Venus de Milo, sino de la más púdica y al mismo tiempo atrayente
Victoria de Samotracia. Una mujer diciendo aquí estoy yo, pero sin los exhibicionismos exagerados que a veces se
perciben en las féminas.
Era la sencillez misma. Pelo corto, un
jersey morado, a medio brazo, tirando a cárdeno. Recordé las cárdenas roquedas
machadianas y algún atardecer de las lomas de San Saturio en Segovia.
Un pantalón negro ceñía la parte baja
del cuerpo. Mujer de proporciones perfectas. Cualquier otra, celos ausentes en
la mirada, quisquilloso eterno femenino, hubiera pensado lo mismo al verla. Era
el deleite de la belleza para los ojos y punto.
Subimos al metro. No sé dónde se colocó.
Yo me enfrasqué en la lectura y pensando en lo que varias horas más tarde iba a
comentar en mi charla.
La noche se hizo fuera, sólo iluminada
con la llegada a cada una de las estaciones en que nos tocaba parar. Y llegó el
momento de que mi Victoria de Samotracia tenía que bajar del metro. La ví salir
mientras dentro de mí le daba las gracias por su presencia. Me había alegrado
el día. Por la puerta de la izquierda entraba la otra cara de la moneda.
Mientras mi dama era la lujuriosa frondosidad
de la vida andando, al otro lado, otra mujer, no está en mi ánimo la
comparación, bajita, vieja generación, vestida de negro, con la escuálida piel
de los carrillos haciendo resaltar los pómulos, con una palidez no oriental,
sino de cadáver. Manos proporcionadas a su tamaño, pero perfiladas en hueso. No
hablo de una mujer, hablo de la viva imagen de la muerte. Se sentó a mi lado.
Mientras una parte de mí se iba con la
vida, la otra se quedaba con la Parca. Al instante el nombre de Alberto Durero
vino a las neuronas de mi cerebro. Durero y su famoso cuadro de las tres edades
de la vida humana. Una mujer joven, una mujer en plenitud y una mujer ya con un
pie en el estribo.
Y mi mente, como parece un computador
incontrolado, saltó de inmediato a aquellos versos que aparecen en las
eremíticas casuchas de Sierra Morena.
Como te ves yo me ví.
Como me ves te verás.
Todo para en esto,aquí.
Piensalo bien y no pecarás.
Por supuesto, muy cristiano. Al final,
¿qué es la vida? ¿Es la hermosura lo importante sabiendo que al final del
camino espera la decrepitud física y a veces mental? ¿Hay que ir preparándose
cada día para ese momento del traslado final de este alquilado armatoste que
llamamos cuerpo? ¿Es lo importante disfrutar, Carpe Diem, y después que arree
el que queda? ¿ O hay que cuidar el alma y no hacerle caso al cuerpo?
Yo no te puedo asegurar que entienda el
sentimiento religioso ni cultural de estas tierras pero, al parecer, como en
todos sitios, uno de los deseos más importantes de la mayor parte de la gente
es morir en plenitud de facultades y si puede ser de juventud.
El
cerezo, símbolo por excelencia de la brevedad y la belleza de la vida,encierra
mucho de esa filosofía. Las flores,en plenitud, caen sin llegar a arrugarse.
En los tiempos antiguos morir bellamente
en plena juventud formaba parte de una especie de religión estética. Ahora
empieza a existir un rechazo a ese quitarse la vida sin sentido.
Hablé sobre la Copla. La Copla llena de
deseo y fuego hacia el presente y el futuro. De recuerdos que hacen daño muchas
veces, hacia el pasado. Deseos que no se sabe si se cumplirán.
Lo duro, lo cruel no es eso. Lo duro, me
decía alguien, es no estar muy seguro de haber vivido. No saber si se ha
vivido, y cuando por nosotros se deslizan vivencias sentidas en plenitud, el dolor,
el inenarrable dolor de saber que ya no volverá, encierro en la nostalgia,
antesala de la muerte.
Para
terminar quiero mandarte un poema, bueno o malo, no sé, tú juzgarás,
relacionado con esto último.
El recuerdo se revuelve
animal acorralado,
como ola traicionera
vomitando hacia la orilla
en las sombras del tiempo.
El recuerdo se revuelve,
perro pisoteado,
mordiendo el corazón
herido,
atormentado.
El recuerdo...
(De “Aires Amorosos”)
Querido amigo, estas reflexiones me
produjo una instantánea el día de hoy. La vida saliendo por una puerta, la
muerte entrando por otra.
Antonio
Duque Lara
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