Creo
que fue Kant quien dijo que los pueblos suelen tener una visión
positiva de sí mismos y, generalmente, una visión que podríamos
llamar negativa sobre los pueblos que existen fuera de sus fronteras.
Esto se refleja en el lenguaje de manera paradigmática. Todo lo que
pertenece al interior es Civilización, todo lo exterior es Bárbaro,
“Yaban”, Salvaje.
Cuando
uno llegó por estos pagos, pasado han ya más de dos décadas, se lo
hicieron sentir hasta hacerle doler las raices del pelo.
Los
japoneses son educados, son atentos, son amables, saben mantener las
formas, saben comportarse...
Hoy,
pasado mucho tiempo, he vuelto a montarme en el tren y he vuelto a
ver, a observar, a contemplar a la gente y su comportamiento.
En
los primeros años de estancia por estos lares yo decía que donde
más cosas había aprendido de Japón era en el tren, que el tren era
la Universidad de la Vida, del comportamiento.
No
voy a escribir con animaversión hacia Japón, ni con ningún
sentimiento negativo. Digamos que me voy a limitar a contar lo que he
visto, porque hoy se me ha vuelto a mostrar esa cara que los propios
japoneses conocen de sí mismos, pero muchas veces no quieren ver. En
realidad es algo muy humano y común a cualquier pueblo. Y a veces,
considero, para ser completos, aunque no se haga con malos hígados,
también hay que mostrar al foráneo la cara menos amable de uno
mismo, porque de no hacerse así, al ver el que viene de fuera que
entre lo que se le dice y lo que él ve hay una gran diferencia, un
gran desfase, puede considerar que los japoneses son,como mínimo,
mentirosos, cosa que no se puede, evidentemente, hacer extensiva a
todos ni a todo.
Una
de las cosas que primero llama la atención en el tren son las
lecturas. Mucha gente lee, incluso en posturas inverosímiles. No
sueltan la novela, el manga,
el periódico.... Esto, evidentemente, no tiene nada que ver con el
mal comportamiento, al contrario, es de envidiar. Lo que ocurre es
que cuando uno mira el tipo de libros que mucha gente lee en el tren,
el contenidos de los manga,
o el de algunos periódicos, según la hora, las ganas de vomitar que
entran son increibles.
Un
día, alguien, una señorita, treinta y algunos años, iba leyendo
una novela delante de mi en el tren. Sardinas en lata.
Inevitablemente mi vista tropezaba con su libro. Era una novela de
kiosko, claramente pornográfica. No le negaré yo el derecho a leer
tales textos, pero a las ocho y media de la mañana, con un tren
abarrotado y en una postura en la que uno no podía deducir si le
estaban provocando.... ¿Quién llama a los sátiros del tren? En
algunos momentos creo que hay demasiado victimismo, no siempre,
evidentemente.
Son
las caballeros ¿? los que por la tarde suelen, cansados, se supone,
de trabajar, abrir los periódicos, con unas páginas centrales que
rozan algo más que lo erótico, o las revistas, ya, claremente
peludas a la vista de todo el mundo.
En
la oficina no se debe ver, en casa está la señora y los niños, se
ve en el tren, donde se pierde la vergüenza social. Lo privado es
privado y lo social, nadie sabe de dónde es, quién es su dueño.
Hace
veinte años no se veía a las mujeres maquillarse en el tren. Iban
más o menos maquilladas, más o menos elegantes, bonitas, pero no se
veía ese paisaje de las, generalmente, jovencitas, a veces no tanto,
sacando sus trebejos de belleza y acicalarse como si ante el espejo
de su cuarto de baño se encontraran.
Ciertamente
es mejor y más agradable ver una cara bellamente maquillada que otra
que no lo esté, pero...¿esas cosas son para hacerlas en el tren? Y
no sólo en el tren. Puedo atestiguar que una vez, en medio de una
clase de la universidad, una jovencita, linda por otra parte, se puso
a maquillarse mientras yo hablaba. Por supuesto: “Fuera, hazlo en
el servicio o guarda los trebejos ahora mismo”. Uno se pregunta si
ciertas cosas son para dichas en la universidad. ¿Se está tratando
con chiquitos de escuela primaria? Parece que el sentido común es el
menos común de los sentidos.
Vayamos
ahora a los niños y a las madres en el tren. Los niños, cuando
salen de la escuela, salen como toritos dando trompicones. A veces
corren por el tren, molestando, dando trompones y nadie les dice
absolutamente nada, nadie se mete con lo que no es familiar, con lo
desconocido. Una puñalada trapera les puede venir por algún rincón
del cuerpo y ellos sin enterarse.
Más
de una vez me he visto en la necesidad de gritarles a un grupo de
críos para hacerles ver que están molestando. Y el público
contando mariposas. Alguna vez en el andén he tenido que apartar a
un crío que estaba sentado con los pies colgando sobre las vías. Y
la gente buscando mariposas.
Pero
lo más ilustrativo y educativo es cuando el crío, crío al fin,
están claramente molestando y las, generalmente, mamás se ponen a
buscar mariposas. Son estas mamás las que después presumen de buena
escuela, buena educación, buenos modales, ante sus conocidos porque
ante la sociedad son de un sordo subido. ¿Mi niño? ¡Imposible!
Como
toda sociedad tiene sus normas, hay cosas que uno no se atreve a
comentar. Al menos en el mundo hispano, es de buena educación ceder
el asiento a una persona mayor, una persona herida, una mujer
embarazada etc. Yo no me atrevo a afirmar que todo el mundo lo haga,
pero... a uno le inflaron la cabeza con el respeto a los mayores,
incluso con un día de fiesta dedicado a los mayores etc.
¿Cuántas
veces se ve que el/la mayor está sufriendo de pie en el tren y el/la
más joven pasa olímpicamente de tan respetada persona. El choque
que produce ver esto al que viene de fuera es grande.
En
todo este tiempo parece, parece, que la tendencia a cumplir con lo
que se dice se va cumpliendo de manera efectiva. Pero existe otra
cuestión que al menos llama la atención. Es la misma actitud,
generalmente, de los mayores. Su postura es la de decir, sin
palabras: Tengo derecho a sentarme. A veces se ven esas personas que
de primera impresión tienen de respetables sólo la edad, pero no la
persona, lo que le hace a uno pensar que tal vez el que no cede el
asiento pueda tener razón.
Algún
que otro comentario se ha oido como el que sigue: Un español se
dispuso a cederle el asiento a un señor mayor. “No gracias. No
necesito el asiento. Yo soy un samuray”. ¿Creería que el que le
cedía el asiento era un enemigo americano? Afortunadamente parece
que esas actitudes van siendo abandonadas. La comunicación
japonés/extranjero va limando muchas asperezas.
Encomiable
labor es la que realizan los servicios de trenes en lo que concierne
a la educación pública.
En
los primeros años de mi estancia por estas tierras se llamaba
continuamente la atención sobre el uso de la música y los
auriculares. El ruido infernal que produce a veces el tren hacía
elevar el volumen de la música que, por otra parte, se escapaba por
los auriculares.
Aunque
a veces las llamadas de atención podían resultar pesadas, lo cierto
es que poco a poco fueron surgiendo efecto incluso entre los
productores de dichos productos. Han mejorado, se han perfeccionado,
y aunque queda algún que otro aparato despistado, en general ahora
no se escapa el ruido, que no música, por los auriculares.
La
labor actual consiste en llamar la atención con el teléfono móvil,
o celular. Estos aparatos pueden producir efectos perjudiciales sobre
marcapasos y otros aparatos médicos incrustrados en personas
enfermas.
Por
otra parte es una verdadera molestia escuchar conversaciones privadas
cuando no se debieran escuchar. ¿Quién habla de privacidad en
Japón?.
Ciertamente
que es un aparato útil, necesario, imprescindible en muchas
ocasiones. Saber dónde está el límite entre lo imprescindible y la
molestia es verdaderamente difícil.
Se
oye a la persona poco acostumbrada dando casi voces con el dichoso
aparato, al amartelado joven hablando de amor con la novia, a la
joven gritándole al que está al otro lado del hilo que por qué
dice esto o aquello, como si le estuvieran conculcando sus
derechos... Pero son los que verdaderamente necesitan el aparatito
los que mejor se comportan.
Se
esconden el auricular tras la mano y hablan como pidiendo disculpas o
dicen que cuando bajen del tren llamarán ellos o...
Actitudes
que parecen van devolviendo a la sociedad japonesa el sentido de lo
que originalmente fue, una sociedad bien educada.
La
última vez que volví a España me encontré con el mismo paisaje
dentro del Ave, el Shinkansen español.
A
veces esa buena educación es sólo fachada. A veces hay caras que
matarían al vecino por quítame allá esas pajas. Son momentos en
que la tensión se masca en el ambiente y no es raro que en un
instante de apretujones totales alguien acabe pegando un grito y se
escape algún que otro golpe.
Evidentemente
el estrés en esos momentos hace de las suyas. Pocas veces he visto
esa situación, pero siempre ha sido entre persona mayor y joven,
hombres. Alguna vez se ha llegado a las manos.
¿Las
mujeres no se pelean? Como en todas las cosas, las mujeres suelen ser
más refinadas. Las serpientes que salen por sus lindas bocas no
desmerecen de la brutalidad masculina. Digamos que los empujones son
más disimulados, pero la tensión, el estrés, la mala leche no
tiene sexo. Tiene formas.
Son
algunas notas sobre el comportamiento “poco educado” de los
japoneses en algunos momentos.
No
creo que sea peor que lo que se produce en otros sitios, simplemente
que a veces se olvida o quiere olvidarse y presentar sólo la cara
bonita de las cosas.
En
última instancia se trata de no caer en la simplificación: Es A o
es B. No, se trata de ver las sociedades, las personas, como son, con
A y con B y aceptarlas tal cual, con lo bueno para potenciarlo, con
lo malo para, si es posible, eliminarlo. Al fin y al cabo no creo que
seamos tan diferentes.
No
hay animaversión en mis palabras. También es de justicia decir que
estas impresiones se circunscriben al área de la llamada región de
Kanto en la que, por lo alto, se pueden concentrar muy bien unos
cuarenta millones de personas, toda la población de España.
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