OPPEL
Y EL ELEFANTE
Nos
habla un baquero
PRIMER
DOMINGO
Con
sólo escuchar el nombre de Oppel...; ¡Qué hombre! Tenía
instaladas seis trilladoras de arroz que levantaban un ruido
tremebundo.
Dieciseis
labradores, las caras rojas como las ascuas del fuego, pisaban el
pedal de las trilladoras y metían por un lado los montones de haces
de arroz. El arroz salía hacia adelante y los limpios haces de paja
los lanzaban hacia atrás volviendo a formar nuevos montículos de
paja y arroz de donde salía flotando una especie de polvillo
amarillo parecido al polvo del desierto.
Oppel,
con su gran pipa de ambar en la boca, paseaba con toda parsimonia,
con las manos enlazadas a la espalda, por aquel penumbroso lugar de
trabajo, los ojos semicerrados y poniendo mucho cuidado en que no
cayera la ceniza sobre la paja.
El
recinto era bastante fuerte, del tamaño de una escuela y, sin
embargo, por que será que se movía tanto, a pesar de haber seis
trilladoras del nuevo tipo. A causa de eso, estando dentro, entraba
mucha hambre. Aunque la verdad es que Oppel hacía que a todos les
entrara la suficiente hambre como para que a veces se pudieran comer
un tortillón calentito como la balleta del polvo y un bistec como la
suela de un zapato.
De
todas formas, el ruido era tremendo.
Entonces,
nadie sabe cómo, pues... aparecio un elefante blanco. No, en
absoluto era un elefante pintado. ¿Que por qué había aparecido por
allí? Pues...., como era un elefante,lo mismo habia salido del
bosque y, sin más, se había dirigido hacia allí.
Cuando
el bicho asomó la cabeza con toda parsimonia por la puerta, los
campesinos se quedaron helados. ¿Y por qué se sobresaltaron? ¡Vaya
pregunta! Pues porque nunca se sabe lo que va a hacer un bicho así.
Si le hubieran hecho caso, como nadie sabía lo que podia ocurrir, lo
dejaron y cada uno se dedicó a su tarea con ahinco.
Sin
embargo, en ese momento, desde detrás de la fila de máquinas,
Oppel, con las manos en los bolsillos, miró ráuda y fijamente al
elefante. Entonces, rápidamente, dirigiéndose abajo, como si no
ocurriera nada, volvió a pasearse pausadamente.
Y
entonces, el elefante puso una pata sobre el entarimado de la casa.
Los campesinos se quedaron de piedra, pero como estaban muy ocupados
y hubiera sido mucho peor hacerle caso, siguieron con su tarea de
trilla.
Oppel,
desde el claroscuro fondo de la casa, sacando las manos de los
bolsillos, volvió a dirigir la mirada al elefante. A continuación
se puso a andar de nuevo juntando las manos detrás de la base del
cuello, dando a propósito un gran bostezo que parecía de autentico
aburrimiento. Al tiempo, impetuoso, el elefante avanzó hacia el
interior de la casa dando a entender que quería subir al entarimado.
Los
campesinos se asustaron de verdad y esta vez tambien a Oppel le
recorrió un escalofrio por la espalda, pero siguió con la pipa en
la boca echando humo, fingiendo no hacerle caso mientras andaba a sus
anchas de un lado a otro.
En
esto, el elefante acabó por encaramarse en el entarimado y con toda
la cara comenzó a andar delante de la maquinaria, pero como las
máquinas iban a toda prisa, los cascabillos daban sobre la piel del
descarado elefante como si de una tormenta de granizo se tratara.
El
elefante parecía verdaderamente molesto con los golpes de las
cascarillas. Entrecerró los ojos en una sonrisa que se podía
descubrir observándolo bien. Oppel, decidido por fin, se plantó
ante las maquinas para hablarle al elefante cuando éste le dijo con
su preciosa voz de ruiseñor:
-¡Ah,
esto es demasiado! El grano me da en los colmillos...
Exactamente,
los cascabillos le daban en los colmillos lo mismo que en su
inmaculada cara y cuello. Entonces, Oppel, poniendo toda la carne en
el asador, pasándose la pipa a la mano derecha...,le dijo:
-¿Qué
tal? ¿Te parese interesante todo esto?
-Sí
es muy interesante, respondió el elefante con una sonrisa mientras
ponia el cuerpo de medio lado.
- ¿Qué
te parece si te quedaras aquí para siempre?
Los
labradores, sorprendidos, suspendido el aliento, se quedaron mirando
al elefante. Oppel, después de decir aquello se echó levemente a
temblar. Sin embargo el elefante respondió con toda tranquilidad:
- Me
parece muy bien... Me gustaría.
- ¿Sí?
Entonces decidido ¿Cómo no?, añadió Oppel con su cara estrujada
como el papel en una sonrisa que desbordaba alegría.
¿Qué te
parece? Asi fue como Oppel convirtió al elefante en su fortuna. Y
ahora míralo, ¿qué hacer? ¿ponerlo a trabajar o venderlo al
circo? Hiciera lo que hiciera sus buenos dineros iba a conseguir con
el.
SEGUNDO
DOMINGO
iQué tipo
este Oppel! Pero tampoco se quedaba atras el elefante que consiguió
meter en la casa del descascarillado del arroz. Un bicho con más de
veinte caballos de potencia. Primero, completamente blanco y con un
marfil precioso en sus colmillos.
La piel,
en su conjunto, muy fuerte y hermosa, y además un buen trabajador. Y
sí añadimos lo que ganaba. En verdad que el dueño era un tipo
impresionante.
- ¡0ye!
¿No necesitas un reloj?, se dirigió Oppel al elefante acercándose,
pipa en mano, a la puerta de la casita de éste, mientras le
observaba.
-Yo no
necesito reloj, respondió el elefante con una sonrisa.
-Póntelo,
es muy bueno,le iba diciendo mientras le colgaba al cuello un gran
reloj de hoja de lata.
- Esta
bien esto ¿verdad?, fue la respuesta del elefante.
- También
necesitarás una cadena , no había terminado de decirle Oppel cuando
ya había enganchado una de cien kilómetros a la rama que tenia
delante.
-¡Qué
buena esta cadena!, dijo el elefante dando unos pasos.
- ¿Y si
te pusieras unas botas?
- Yo no me
pongo eso.
- Anda,
anda, póntelas. Es algo extraordinario, miraba Oppel a la cara del
elefante intentando comprender lo que verdaderamente sentía,
mientras por detras le colocaba unas grandes botas de cartón piedra.
- iQué
bueno!, volvió a responder el elefante.
- Habrá
que colocarle un adorno, decía Oppel mientras a toda prisa le
colocaba por encima de las botas un contrapeso de cuatrocientos
kilómetros.
-¡Maravilloso!,
volvía a repetir el elefante dando unos pasos muy feliz.
Al día
siguiente, tanto el reloj de hojalata como las miserables botas de
cartón piedra se habían hecho añicos, quedando el elefante
amarrado y andando tan contento tan sólo con su cadena y el
contrapeso.
-
Disculpa, pero los impuestos están muy elevados. Hoy haz el favor de
acarrear un poco de agua del rio. Le dijo Oppel al elefante mientras
le dirigia una mirada, las manos cruzadas a la espalda.
- Claro,
traeré el agua, toda la que haga falta.
El
elefante, sonriente, muy contento, pasado el mediodía había dado
cincuenta viajes habiendo regado con ellos el huerto.
A la caida
de la tarde, en su casilla, comiéndose unos diez haces de paja de
arroz, levantaba la vista hacia el cuarto creciente.
- Ah, qué
alegría esto de ganarse el sustento. Qué regocijo, pensaba el
elefante.
Al día
siguiente, Oppel, con un sombrero rojo, adornado con una borla, se
dirigió al elefante,las manos escondidas en los bolsillos.
-
Discúlpame, pero los impuestos vuelven a subir. Trae una poca de
leña del bosque, por favor.
- Por
supuesto, enseguida la traigo. Hoy hace un día estupendo y me gusta
recorrer el bosque, respondió el elefante con una sonrisa.
Oppel se
asustó un poco y estuvo a punto de caérsele la pipa de las manos,
pero el elefante echó a andar enseguida alegremente por lo que se
tranquilizó, se ajustó la pipa, carraspeó y se dirigió hacia
donde se encontraban trabajando el resto de los campesinos.
Un poco
después de mediodía ya había traido el animal, muy contento, más
de novecientos haces de leña.
A primera
noche, en su casita, el elefante miraba hacia la Luna mientras se
comía ocho brazadas de paja.
- Ah, hoy
también he trabajado mucho ¡Santa Maria!, murmuraba el animal.
Al dia
siguiente:
- Perdona,
los impuestos se han quintuplicado ¿Por qué no vas a la herrería a
soplarle al fuego?
- Si,
claro. Haciéndolo con fuerza puedo hacer volar una piedra sólo con
mi respiracion.
Oppel se
asustó pero se sonrió y se tranquilizó enseguida. El elefante se
dirigió hacia la fragua y doblando las patas estuvo soplando el
fuego mediodía en lugar del fuelle.
Esa noche,
mientras se comía siete brazadas de paja, mirabala Luna en su quinto
dia y comentaba:
- Ah, que
cansado estoy, pero contento ¡Santa Maria!
¿Qué te
parece? Y al dia siguiente, desde por la mañana, tenía que volver a
trabajar. Ese día sólo se comió cinco haces de paja. iTanta fuerza
con tan poca comida! ¡Parece increible!
La verdad
es que el elefante era muy económico, y ello era así porque Oppel
era un tipo muy inteligente... Oppel, en verdad,un gran tipo.
QUINTO
DOMINGO
Oppel, eh,
es lo que iba a decir, desapareció... Vamos, tranquilizate y
escucha. Oppel se pasó con el elefante del que te hablaba. Como su
trato era cada vez más horrible, el elefante terminó por no
sonreir. A veces, poniendo ojos de dragón rojo, lo miraba fijamente,
de arriba hasta abajo.
Un día,
al tiempo que se comía las tres brazadas de paja que le habían
dado, miraba a la Luna murmurando:
- iQué
dolor! iSanta María!
Oppel, que
lo oyó, empezó a tratarlo cada vez peor. Una noche, en su
cuchitril, se cayó, sentándose en el suelo y mirando a la Luna,
dijo:
- Ya...
Adiós... iSanta María!
La
Luna le pregunto delicadamente:
- ¿Eh?
¿Cómo? ¿Adiós?
- Si,
adiós, ¡Santa María!
- ¿Qué
tonterías dices? ¿Le has escrito por un casual a tus compañeros? ,
le preguntó la Luna con una sonrisa.
- No tengo
papel ni pincel para escribir, respondio el elefante con una voz muy
delgada y de inigualable belleza mientras las lágrimas empezaban a
resbalarle por el rostro.
- Mira,
esto ¿verdad? , dijo justo delante de él la voz de un niñito
bellísimo.
El
elefante levantó la cabeza y vio ante sí un niñito vestido de rojo
que le daba papel y pluma. El elefante escribio rápidamente:
"ESTOY
EN UNA SITUACION TERRIBLEMENTE MALA. VENGAN A AYUDARME TODOS"
El niñito
cogió la carta y echó a andar hacia el bosque. Llegó a la montaña
justo a la hora de la comida. En ese momento los elefantes de la
montaña se encontraban reunidos a la sombra de un árbol sala,
jugando al juego del GO y juntando sus frentes leyeron lo siguiente:
"ESTOY
EN UNA SITUACION TERRIBLEMENTE MALA. VENGAN A
AYUDARME
TODOS"
Los
elefantes se levantaron en un suspiro, ennegrecieron de rabia y
empezaron a gritar.
-
iCastiguemos a Oppel! , gritó el jefe de la asamblea, a lo que los
demás corearon :
-¡Vamos!
Lo mismo
que una tormenta salieron del bosque y sin dejar de emitir sus
característicos gruñidos, se dirigieron hacia la sabana. Parecía
que se hubieran vuelto locos. Los árboles pequeños, los arbustos,
todo lo que encontraban en su camino lo destruían con sus tremendas
zarpas.
Lo mismo
que los fuegos artificiales,asi se dispersaron los elefantes por el
prado. Corrieron y corrieron hasta los difusos confines de la verde
pradera, donde se encontraba la mansion de Oppel. Cuando encontraron
su tejado amarillo los elefantes estallaron en un gruñido
ensordecedor.
En ese
mismo instante, Oppel, como era la una y media, se encontraba en
plena siesta, soñando con los pajaritos.
El ruido
era tan tremendo que los trabajadores de la casa salieron a la puerta
y haciéndose sombra con la mano miraron a lo lejos. Parecía un
bosque de paquidermos en movimiento lo que se movia más rápido que
el tren. Perdido el color empezaron a gritar al dueño con todas sus
fuerzas.
-¡Señor,
señor! ¡Que vienen los elefantes! ¡Que vienen los elefantes!
Pero Oppel
era verdaderamente inteligente. Fue abrir los ojos y entenderlo todo
en un periquete.
- ¡Eh!
¿Está el elefante? ¿Está? ¿Si? Bien, ciérrenle la puerta.
Rápido, ciérrensela. Rápido, traigan una tranca. Métete ahí,
imbécil , ¿que haces a estas alturas intentando escapar? Aten ahí
la tranca. ¿Qué crees, que te vas a escapar? Te estoy quitando la
fuerza a propósito. Con eso será suficiente. Bien, traigan otros
cinco o seis troncos. Les digo que no se preocupen.A ver, todo el
mundo a las puertas. Cierren las puertas. Coloquen los cerrojos,
atranquen, atranquen. Tranquilos, no se hundan.
Oppel
había terminado ya los preparativos, y con una hermosa voz que se
diría la de una tompeta, animaba a los trabajadores. Sin embargo
estos no parecían tener ningún ánimo. Sin ganas ninguna de verse
mezclados en los problemas de este hombre, todos amarraron sus
anteriormente blancos y ahora sucios pañuelos y toallas al brazo en
señal de derrota.
Oppel puso
toda su energía en el trabajo recorriendo el recinto de un lado a
otro. El perro de Oppel también se sintió lleno de energía,
levantándose y ladrando lo mismo que si le hubieran metido fuego al
rabo.
Al
poco la tierra empezo a temblar y todo se volvió oscuro,rodeando el
recinto los elefantes. Del estrepitoso y terrible ruido del grito de
los elefantes se escuchó salir una dulce voz que decía:
-
Tranquilízate que enseguida te sacamos.
- Gracias,
que contento estoy. Gracias por venir tan pronto,dijo desde el
interior de la caseta una voz.
En esto
los elefantes, alrededor del recinto dieron un tremendo grito al
tiempo que echaban a correr alrededor de la empalizada. Finalmente,
desde dentro se empezó a ver la enfurecida trompa del elefante.
La
empalizada era de cemento y, al tener mezclado hierro, incluso para
los elefantes era difícil de romper. Dentro sólo se oia la voz de
Oppel gritando. Los campesinos, cegados, lo unico que hacían era dar
vueltas.Al poco, algunos elefantes se pusieron en escalera y ayudaron
a los otros a saltar el muro. A toda velocidad iban asomando el
rostro. Al ver la grisacea y arrugada cara de los paquidermos al
perro de Oppel le dio un sincope. Oppel comenzó a disparar. A cada
disparo contestaba un rugido de los elefantes.Sin embargo las balas
no se incrustaban en la piel y si daban en los colmillos rebotaban.
-¡Qué
molesto es este tipo! No hace mas que dar en la cara,dijo un
elefante.
Oppel,
mientras intentaba recordar donde habia escuchado aquella frase,
volvió a llenar el cargador. Al poco los elefantes empezaron a
saltar al interior de la mansion. De golpe, hasta cinco elefantes
cayeron al interior. Oppel terminó espachurrado, pero no soltó la
pistola. La puerta se abrió y los elefantes empezaron a entrar.
- ¿Dónde
esta la celda?, decían mientras empujaban la caseta.
Los
troncos se rompieron como si fueran cerillas y al poco salio el
elefante blanco bastante enflaquecido.
- ¡Qué
bien, pero qué flaco! , le decían mientras en silencio se le
acercaban y le soltaban la cadena y el contrapeso.
- Gracias,
de verdad, gracias por vuestra ayuda, dijo el elefante blanco con una
sonrisa de tristeza.
- ¡Ah!
¡Tú,no te metas en el rio!