Comentario previo.- Desde que comencé a
escribir ha sido el relato corto, el poema lo que, en mi opinión, se me ha dado
mejor. Este fue el primer intento de escribir ¿una novela? Imposible. Al final
se quedó en un relato breve, o como dice el título:
ENSAYO DE RELATO LARGO
Joaquín volvía a casa, como cada jueves,
derrotado después de dar una estúpida clase de español a dos niñas histéricas.
Al ir a cambiar de tren en Shinjuku una voz femenina sonó a sus espaldas.
- ¡Buenas tardes!
-¡Eh! ¡Ah, buenas tardes! ¡Qué sorpresa!
Es extraño encontrarse a personas conocidas en esta gran ciudad, pero siempre
es muy agradable. Keiko, cada día estás más guapa.
- Muchas gracias, pero eso no es verdad.
Tú, que me miras con buenos ojos.
- Hummm... Tal vez. ¿Dónde vas?
- A casa. ¿ Y tú?
-También. Acabo de terminar una clase de
español y estoy cansado.
- ¿Tienes tiempo? ¿Tomamos un café?
- Buena idea, pero...- se registró los
bolsillos Joaquín-. Me da vergüenza decirlo, pero no tengo dinero.
- ¿Y el billete del tren?
- Justo para eso solamente.
- No importa, te invito.
- Entonces estupendo. ¿Dónde vamos?
- No hace falta salir de la estación.
Aquí hay bastantes cafeterías.
- De acuerdo.
Se dirigieron por entre la abigarrada
multitud, mujeres, hombres, niños, a una de las cafeterías de la estación.
- Aquí hay dos sitios. Por favor.
- Gracias, eres muy galante.
- ¿Los japoneses no lo son?
- Hay cortesía, pero no me gusta, no
parece sincera.
- Vaya esa es una de las conclusiones a
las que voy llegando.
- ¿Sí?
- De verdad. Es interesante comprobarlo
cuando se escribe en kanji.
- ¿Eh?
- Sí, si escribes 思う
tienes 心, el corazón o espíritu y 田んぼ
como cabeza del kanji, lo mismo que en la palabra 男 ,
¿verdad?
- Así es.
- Y si escribes 女,
¿qué tienes? Una mujer embarazada.
- ¡Sorprendente!
- Muchos años estudiando lenguas sirven
para hacer algunas observaciones .
- Eres muy inteligente.
- No, muy normal. No me tengo por
demasiado listo.
- Joaquín-ella pronunció su nombre de
forma diferente-. ¿Recuerdas mi comentario a la frase que hiciste sobre tu
regreso a España?
-Sí, lo recuerdo.
- ¿Imaginas lo que quería decir?
- Puedo intentar imaginar, pero, en el
entender de los demás siempre me equivoco.
- ¡Joaquín!
- Díme, te escucho.
- Me gustas mucho.
Joaquín dió un suspiro profundo. Bajó la
mirada. Buscó un cigarro y lo encendió. Después la miró fijamente, con ternura.
- ¿No dices nada?
- Me lo puedo creer, pero me resulta
difícil aceptar que una chica como tú, joven, guapa, simpática y con un trabajo
interesante no tenga un novio con el que casarse o, simplemente, pasarlo bien.
No me lo puedo creer.
- Pues puedes creértelo. Hace dos años
tuve novio, pero aquello acabó. Ahora me encuentro completamente sola en medio
de una gran cantidad de amigos.
- Por favor, eso no es posible. No
conozco las costumbres de aquí, apenas
hablo en japonés, sabes que todavía el mío no es muy bueno. No sé, supongo que
será porque vengo de otro sitio, pero no lo entiendo.
- Supongo que es difícil, pero es cierto.
Como tú dices, el hombre japonés es duro, engreido y trata a la mujer mal. No
quiero vivir con un japonés. Ya conozco esa experiencia. Tú, sin embargo eres
muy simpático, agradable, amable y me gustas. No sé si estoy enamorada de ti,
pero me
gustas.
- No digas tonterías. No me conoces.
Parece como si en un extranjero buscaras una tabla de salvación para no
sucumbir en las garras de tu Patria.
- En parte es eso.
- Y acudes a mí. ¿Dónde está la moral y
la cortesía japonesa? A veces me parece que tratais a los extrajeros como puros
juguetes. Perdóname si soy duro, pero esa es la impresión que tengo.
- Eso es sólo una impresión. Perdona, no
acostumbramos a decir estas cosas así, pero comprendo que por nuestro carácter
te sea difícil adivinar muchas cosas. Sólo quería decirte lo que pienso.
Perdona si te he molestado.
- No, no me has molestado. Me has
sorprendido y además estoy nervioso.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué? Porque parece como si
hubieras adivinado mis propios pensamientos. Pero yo soy pobre, muy pobre y no
tengo nada que ofrecer, y a mí me gusta ofrecer. Quizá sea orgullo, vanidad u
otra cosa por el estilo.
- ¿Qué quieres decir?
- ¿No lo adivinas?-. La miró con una
mirada dulce. Alargó la mano izquierda y cogió la de la chica. Con la derecha
se quitó las gafas y le acarició el rostro a la muchacha- Tú también me gustas
mucho-, dijo mientras acercó sus labios a los de ella en un beso donde el mundo
recobró toda su plenitud.
Los colores le persiguieron los oscuros
rincones del deseo a la muchacha. Sin duda no esperaba aquella reacción.
Joaquín dejó su prolongado beso a un lado y se puso a contemplarla con toda la
profundidad de su corazón traicionado por el dolor de siglos sin redención. La
gente, con todo el disimulo posible los miraba. A Joaquín no se le escapaban
aquellas miradas inquisitivas de un pueblo acostumbrado a cosas más
importantes.
La chica se repuso, compuso su cara con
una sonrisa que fundió el brillo de las estrellas y cogió la mano de Joaquín.
- Ah, si todos los hombres fueran como
tú. Pero vamos fuera, por favor. Después de esto me da vergüenza estar aquí.
- Muy bien, pero primero nos tomamos el
café.
-Sí, es verdad.
El silencio se hizo entre los dos. Una
pareja, contigua a su mesa había seguido todo el acto.
- Están hablando de nosotros.
- Ya lo sé.
- ¿Cómo puedes saberlo?
- Tengo una buena profesora y además me
gusta estudiar.
- ¡Vanidoso!
- Es lo que pienso, es lo que digo.
- ¿Siempre eres así de directo?
- Suelo serlo, aunque me parece que aquí
me estais pervirtiendo.
-¡Eh! ¿Qué quiere decir eso?
- Muy sencillo. Que vosotros os
entendeis muy bien y con frases negativas afirmais y viceversa. Y siempre
parece que hay que andar midiendo las palabras. Al principio tenía miedo de
todo, pero ya lo he perdido. Tan normalitos como los demás, pero eso sí, con
una máscara que os cubre hasta las raices del alma. Curiosos, chismosos,
humanos al fin y al cabo. Mis queridos amigos siempre me metían miedo, pero ya
me da igual. Que no le gusta a un señor lo que digo, pues peor para él. Es su
problema. Sé que en algunas ocasiones tendré que ir adaptándome. Pero yo tengo
una educación distinta.... A veces... Pero, perdona. Son cosas que hasta ahora
no había comentado con nadie y lo mismo te estoy haciendo daño.
- No, te equivocas- dijo la chica con su
voz más dulce-. Lo que me sorprende es esa capacidad de penetración. Quizá es
la primera vez que oigo hablar así a una persona.
- Acabarás odiándome esta noche.
- Al contrario, quiero seguir
escuchándote.
- Supongo que otro día tendremos tiempo.
Esta noche no vamos a poder dormir cuando regremos a nuestras casas.
- ¿Y por qué tenemos que regresar?
- ¡Eh! ¿Qué significa eso? Oye, no sé...
¿No te parece demasiado para el primer encuentro a solas?
- Tú eres sincero y yo también. No quiero
andarme con rodeos. Creo que si empezamos así podemos ser buenos amigos.
- ¿Insinuas que...?
- Sí, que vayamos a un hotel a pasar la
noche juntos. Quiero oirte hablar.
- Pero, ¿cómo pagamos...? Yo...
- Yo tengo dinero, y me gusta compartirlo
con las personas que quiero o me gustan. Quizá te resulte extraño, pero desde
hace mucho tiempo no soy feliz. Y la verdad es que cuando te veo me salta el
corazón de alegría.
- A mí también.
- ¿Entonces? ¿Por qué no pasar esta
noche juntos? Una noche que puede ser el comienzo de algo maravilloso.
- ¡De acuerdo!
- Gracias, Joaquín. ¡Qué difícil de
pronunciar!
- Sí, un poco. Pero - acercó sus labios
a los de la chica-, tengo hambre.
- Primero comeremos algo. ¡Vamos!
El sol asomaba sus primeros rayos adivinados
en una selva de altos edificios y casas de madera. Joaquín, con un cigarro
encendido, miraba por
la
ventana. La chica abrió los ojos y buscó su cuerpo.
- ¡Ah, estás ahí!
- Buenos días.
- Buenos días. ¡Qué bien me siento!
- Me alegro-, dijo Joaquín con una voz
apagada y triste mientras apagaba el cigarro en el cenicero que había junto a
la ventana.
- ¿Qué te pasa? Pareces triste.
Joaquín se pasó las dos manos por la
cara como espantándose el sueño. Después se volvió de nuevo a la cama. Cogió el
cenicero de la ventana, encendió otro cigarrillo y se tumbó junto a la
muchacha.
- Sí, estoy triste, pero tranquilo. No
sé, es una sensación extraña. Debería sentirme rebosante de felicidad pero no
lo estoy.
- No te entiendo muy bien-respondió la
muchacha, mirándolo extrañada.
- No sé. Quizá es una tontería mía, pero
desde que llegué aquí no me siento bien, y sin embargo no debería quejarme.
Parece que he tenido suerte, y al final puedo haber topado con una chica
estupenda. Pero no me siento bien. Estoy rodeado de amigos, que se llaman así,
pero de una forma extraña. Siempre piensan que se deben decir cosas agradables,
pero con un fondo de infantilismo sublime. Pero lo curioso es que cuando tienen
que dar el palo, lo dan de forma total y absoluta. Me siento como controlado en
todo momento. He perdido la sonrisa en el corazón, la poca sonrisa que tenía y
encima con la sensación de ser un ladrón. A mí me gusta contar mis cosas,
charlar, bromear... Pero vosotros sois demasiado serios. No se puede bromear con
vosotros. Perdóname...
- No, no. Sigue. Dáme un cigarro.
-¿Tú fumas?
- Bueno, ahora me apetece.
Joaquín encendió el cigarro y se lo
alargó. La muchacha, que estaba incorporada, se tumbó de nuevo. Joaquín le pasó
el brazo por los hombros y jugaba con su pelo.
- Sois demasiado serios. Os meteis las
cosas en la cabeza como computadoras y seguís, al menos lo parece, al jefe allá
donde vaya. No se puede bromear, sólo cuando estais preparados para ello.
Parece que vuestro cerebro está departamentalizado. Me estoy acordando de
varias reacciones tuyas a cosas tontas. No, ahora soy profesor y esto no puedo
hacerlo... Siempre igual, sí, no te rías porque sabes que tengo razón.
- Sí, es verdad-. Ella apagó el cigarro
y se enganchó a su cuello- Te escucho.
- No merece la pena. Estoy cansado de
todo esto. No sé todavía, pero estoy pensando en volver.
- No lo hagas-, saltó la chica
incorporándose bruscamente. Joaquín, sorprendido, también se incorporó.
- ¿Qué te pasa?
- No lo sé, pero ha sido como una premonición.
No, no, por favor, no me preguntes ahora, pero creo que si lo haces yo me
moriría.
- No digas tonterías. No te faltarán
novios para casarte. Y además novios con dinero. Yo no he tenido dinero ni para
invitarte a un café.
- Eso no importa.
- Ya lo sé, pero no entiendo cómo te has
podido fijar en mí.
- Porque eres guapo-, se carcajeó Keiko.
- Sí, y mi abuelo es jardinero del
Emperador.
- ¿Qué quieres decir?
- No importa, es una broma. Puñetera,
qué guapa eres.
- ¿Puñetera? Palabra fea,¿no?
- Te equivocas. A veces puede querer
decir te quiero o algo así.
- Curioso el español.
- Sí, sí que lo es. Algún día te daré
unas lecciones.
_ ¿De verdad? -. La muchacha le saltó al
cuello- Hummmm, te quiero.
Se amarró a su boca, en un beso que
juntó la noche y el día en un arrebol de colores eternos. El sol subía por los
edificios de Shinjuku mientras Joaquín y Keiko se fundían en un abrazo eterno
como la sinceridad y el viento cuando llega la primavera.
El reloj marcaba las siete de la mañana,
pero su mirada la dirigía a la pared fría de la habitación. Los cuervos
cantaban y la ciudad volvía a cobrar su ritmo ajetreado y atroz de siempre. Dos
cuerpos descansaban, ardientes, en la mañana de Tokyo.
- Supongo que me podrías explicar dónde
estuviste anoche, ¿no?
- Por supuesto, mi señor policía-, soltó
irónicamente Joaquín.
- No estoy para sarcasmos, ¿vale? Ya
sabes lo que pienso de ti.
- Sí, lo sé desde el primer día.
Demasiado bien. Sé que pusiste una etiqueta, que intentaste montarte sobre el
carro de tu propio infantilismo, que quieres hacerte la fuerte y no eres más
que una pobre mujer falta de amor y cariño quizá desde la más tierna infancia.
No te conozco, pero no me hace demasiada falta. Quizá sea cuestión de palabras,
pero siempre te estás excusando, dando explicaciones que no sirven , porque la
mayoría de las veces acabo descubriendo que es mentira o es distinto. Es un
caerse la máscara constantemente. Esa máscara que llevas puesta y que me
quieres poner a mí. Al principio yo venía sin ninguna intención de cambiar a
nadie, pero tampoco quiero que me roben mi personalidad.
- ¡Ja, ja! ¡Tu personalidad! Me rio yo
de eso-, se carcajeó la chica con todas las fuerzas del sarcasmo.
- Mira, Rieko- dijo Joaquín intentando
controlar sus palabras-. Me tienes hasta la coronilla. No tienes ni pizca del
sentido mínimo exigible para saber lo que
son las diferencias culturales. No has entendido absolutamente nada. Has salido
de Japón, pero no sabes nada. No me has aportado nada.
- ¿Cómo vives? - gritó ella, rozando el
histerismo.
- No grites, por favor, que no soy
sordo. Y si sigues así lo dejo todo y me largo.
- ¿Cómo te atreves a decir que no te he
aportado nada? ¿Y las clases, y la comida, y...?
- Mira, tía. Me estás hablando de lo
material, y en ese sentido no tengo nada que objetar, pero...
- ¿Entonces
- Me estás destruyendo. Veamos. ¿En este
país sólo interesa lo material? A veces parece que es el único aspecto
importante de la vida. Me hablas de cosas tan sublimes que se quedan en lo puro
etéreo. Dices que yo juego con las palabras, ¿y tú? ¿Tú no juegas, mi alma? A
veces me parece que tus sublimidades rayan en eso, en un histerismo sublime.
Espiritualmente lo único que me has aportado son dolores de cabeza. Quizá un
poco a conocer a este pueblo que, con una gota de aire, que no cambia nada la
temperatura, se siente como aliviado. Y yo que no siento el cambio, me pones la
etiqueta de insensible. Me gustaría descubrir donde está el secreto de ese
romanticismo, bien en principio, estúpido que teneis. Hablais mucho de
espíritu, pero al final poneis la cuerda en el cuello de vosotros mismos, para
que nadie se escape. Mentalmente sois unos auténticos esclavos. Al final es el
sr. Okane quien manda.
- ¿De qué me estás hablando? Mi
español....
- Vete a la porra con tu español. Me
dices que antenas... ¡Tú sí que no tienes antenas! ¡Rieko, Rieko! ¡Esto es
absurdo!
- ¿Ya quieres dejar la conversación?
- No, realmente no quiero, pero siempre
igual. Y como es siempre igual se hace monótono y aburrido.
- Buenas tardes, interrumpió una voz
femenina desde el exterior.
- Ah, buenas tardes. Pasa, adelante.
¿Cómo estás?
- Regular, solamente.
- ¿Por qué, Noriko?
- Estoy un poco resfriada.
- Ah, bueno. Hoy, entonces, intentaremos
hacer esto divertido.
- Sí, por favor. Estoy muy cansada.
- Ah, toma asiento.
- Gracias.
Rieko se había levantado para preparar
el café.
Las distancias, el cansancio, y todos
los adminúsculos que estorban la vida diaria de las grandes ciudades, les
habían impedido verse durante aquel día.
La luna, llena y hermosa, vislumbrada
desde la ventana, ofrecía a los ojos de Joaquín un aspecto de solemne
majestuosidad. Aunque la tarde había sido fría y desapacible, la madrugada era
agradable.
Joaquín dejaba volar su mente por los
rayos plateados de la luna. En la lejanía los árboles proyectaban sus negras
sombras opacas en un acto de plenitud exuberante.
El rostro de la muchacha cruzaba por su
mente como ráfagas de ametralladora. Le había herido el corazón, el cerebro,
todo, y le estaba consumiendo el cuerpo en un delirio de soledad acompañada. A
veces pensaba que sólo era una ilusión de su cerebro cansado, otras se sentía
el más feliz de los mortales. La idea de vivir con ella era tan sugerente como
el paisaje que tenía ante sus ojos, pero sabía que el fondo de sus propias
vidas era bastante distinto. Era un riesgo que todavía no había decidido
correr.
Reconocía su miedo y su cobardía ante
los sentimientos y determinado tipo de compromisos, pero también sabía que él
no tenía del todo la culpa. Se movía en un terreno hostil, agarrado al dinero y
a las formas como el árbol a la tierra. En su pueblo ya le habían arañado las
entretelas del alma, y ahora que podía vivir un poco tranquilo tampoco le
gustaba del todo ese mundo de comodidad conseguida a base de no sabía qué
terribles esfuerzos inhumanos.
Era soñador por naturaleza, lo que, en
muchos momentos, le había impedido vivir a plenitud y sólo desarrollar una
capacidad cerebral de la que dudaba muchas veces. Cuando salió de su pueblo
sabía perfectamente que no podría volver en mucho tiempo. Se veía abocado a
triunfar. Era el camino que le exigían. Se encontraba a medio camino.
Perfectamente sabía que la oportunidad soñada podía llegar de un momento a
otro. No era un presentimiento vaidoso ni absurdo. Era la verdad. Ya había
tenido un puntazo unos meses atrás. Lo que más le gustó de aquel momento fue
que no saliera. Desde todos los puntos le habían augurado que iba a ser
positivo y tendría trabajo, pero él no confiaba en nada hasta el momento en el
que estaba hecho. Era un golpe bajo para algunos de sus amigos, porque era una
manera de reconcer que todo el mundo de ideas con que le intentaban inflar la
cabeza estaba inflado de aire. La vanidad humana no tenía límites a su
alrededor. Cuando no se ha pasado hambre todo se veía muy fácil, y él sabía que
la prudencia seguía siendo una virtud.
La imagen de Keiko le aparecía
constantemente en la mente. Era dulce, delicada, vivía sola, a más de una hora
de tren. Habían hablado de la posibilidad de vivir juntos, pero Joaquín se
encontraba con Rieko. Le había ayudado y de pronto no podía dejarla sola. A
pesar de sus defectos era una buena persona. Necesitaría por lo menos tres o
cuatro meses más para organizar su vida. En principio tendría que ser ella
quien aportara todos los medios para la subsistencia. A Keiko no le importaba,
lo mismo que no le importaría vivir con él sin casarse. El problema con el que
se encontraba Joaquín era serio. Si se casaba ,podría vivir tranquilamente en
el país, pero si no lo hacía, de nuevo tendría que volver a rellenar papeles,
molestar a gente que no merecía esa molestia y esperar el paso del tiempo para
volver a rellenar papeles.
Tú dirás lo que quieras, pero yo tengo
hambre. Que sí, que ya lo sé, pero yo tengo hambre. ¿Y por qué lechuga tenemos
que ir a la Embajada?
Sí,
sí, ayuda. ¿A que no buscan trabajo? ¡Y el visado! ¡Turista! ¿Pero y si uno
quiere quedarse aquí? ¡Papeles! Bueno, bueno, que este público se mosquea. Jo,
en mi pueblo la gente hace más ruido. Ya , si ellos son así. Al fín y al cabo
no los vamos a cambiar. ¿Y eso en la boca? ¡Ah, la contaminación! Bueno,
también hay cosas que podemos aprender. Estoy harto de dormir solo. Mira, mira,
pero que bonitas son, puñeteras. Si se meten por los ojos. ¿Quién fue el que
dijo aquello de agua, comida y sexo? ¿Freud? Pues tenía razón. Se siente a flor
de piel. Ah, pero los viajes en mi pueblo son más baratos. Cuarenta pesetas y
es menos de la tercera parte. Por cierto, ¿cuánto queda hasta la Embajada?
¿Pero no era en Nakano? Ah, en Nakano acaba Tokyo. ¿Once millones de
habitantes? ¿Y lo demás pueblos junto a Tokyo? Entonces por lo menos 30
millones de personas.¡Una selva! Menos mal que la altura de los edificios no es
grande.
Se
siente uno persona todavía. Pero como ocurra algo, esto va a ser una
carnicería. Al lado de la Auto-Escuela, el campo de tenis. Aprovechan todo. Si
no fuera así, sería imposible vivir. Y en el resto, montañas y ríos. ¡Qué frío!
No, si ya sé que en tu pueblo no has visto nevar. ¡Jo, macho! Anuncios,
anuncios,
anuncios. Curioso, todos en el mismo lugar. La jovencita de cara virginal, la
comida, el coche... Muy efectivo debe ser esto. Oye,alguna loca de estas la
podríamos llevar a casa. ¡Pero qué rica! ¿Que si tengo hambre?
¿Tú
qué crees? ¿Pero señora, qué le pasa? Ah, que la he rozado. El bolso. Pero si
yo no le voy a robar. Ahora lo entiendo. Muchos robos. Ya, ya. Ya comprendo:
Silenciosas pero histéricas. A los treinta empiezan a hacer lo que en mi pueblo
hacen a los veinte. ¿Pero no va a haber problemas? Como
alguno
entienda algo nos pega una torta de campeonato. A propósito de tortas: ¡Tengo hambre! ¿Comeremos algo,
no? ¿Cuánto falta? ¿Otra hora?
¡Pero
si ya llevamos hora y media! ¡Como para ir andando! Se podrían
ahorrar
el tener que presentarse en ese sitio. Papeles del diablo. Pero bueno, si yo me
siento aquí agusto, ¿por qué me tengo que sentir extraño?
Oye,
¿quién recibe en la Embajada? ¡Vieja! Me dan ganas de volverme.
¡Pero
que línda! Está preñá. ¡Qué gorda! ¡Como duermen en el tren! Esta gente está
hecha polvo. De nueve a cinco y luego cuatro horas de viaje Hechos polvo, lo
que yo digo. Luego así pasa, el titi a que le pongan la mesa. La mujercita un
niño en la bicicleta, otro en las espaldas y la compra. Y se quejan en mi
pueblo las mujeres. Aquí no se pueden dejar los niños con los abuelos. La mamá
en Tokyo y la abuela en Kyoto. Lógico. Y luego se quejan en mi pueblo. Pero es
curioso, nada, y encima , a casarse... Sí, ya he visto en tv. Luego vienen las
decepciones. Por supuesto. Y ellas mantienen el “statu quo”. Están locas. ¡Ay,
qué caras! Oye, no te rías que se mosquean. Oh, me siento observado. Sí, pero
en mi pueblo te miran a la cara. ¿Que sienten vergüenza? No, si ya lo he visto.
Tanta inclinación es buena para la columna. Parecen muelles. La Universidad de
Sofía. ¿Sofía o so fea? ¡Ah, ya! ¡Pero si la forma de aprender es absurda!
Entra en la cabeza y se queda como en un cerebro electrónico. Desde luego, con
tanto viaje no pueden pensar. Lo poco que leen es en el tren. ¿Así quién va a
querer niños? ¡Lógico que nazcan menos! Y luego la publicidad. Tres al día,
tres periódicos. ¡Y no hay publicidad! Pero entrando en unos almacenes... Ya
podrían aprender en tu pueblo, niño. A eso no les gana nadie. ¿Recuerdas alguna
vez que en Galerías te hayan recibido y despedido dos bellezas con una
inclinación y un muchas gracias? Pero, claro... ¡Money, money! Nada más entrar
dan ganas de comprar. ¡Las dos y media! ¡Dos horas y media para llegar a esta
porquería de edificio! Me siento mal. Sí, no me lo digas. Se te nota en la
cara. ¿Por qué los papeles? Y los yankees. Pero si esto parece el centro de
operaciones del Pacífico. Vietnam. Ahora comprendo. Además, cristal blindado.
Oye, yo tengo hambre. Hombre, por fin. Un café ¡con donuts! Menos da una
piedra. Aunque me comería una vaca. Si ya sé que significa tonta, pero me la
comería... Ya en serio, estoy harto , ¡harto! de papeles. ¡¡¡Harto!!!
- Eh, ¿qué te pasa?
- ¡Ah! ¿Dónde estoy? ¿Qué pasa? ¡Ahhhhh!
Una pesadilla.
- ¿Qué te pasa?, volvió a preguntar
Rieko.
Joaquín suspiró incorporándose.
- Una pesadilla. Soñé con el día en que
fuí con Pedro a la Embajada. No sé, un sueño muy extraño. La cosa iba de
papeles.
- ¿Papeles? No entiendo, dijo Rieko
sorprendida.
- Sí, papeles. ¿Recuerdas las últimas
conversaciones sobre el visado?
-¡Sí! Ah, ya. Perdona por haberte
hablado tan fuerte. No te preocupes, balbució la muchacha.
- Si tenías razón. Sabes que yo no sé
mucho de eso y ahora sale este sueño tan extraño. Lo que yo digo, no estoy muy
bien. Al final me volveré loco.
- Tonto.
- Sí, todo lo que tu quieras, pero estoy
harto de que todas estas cosas ocurran en este mundo y sin embargo no poder
hacer nada.
- Sí que podemos.
- ¿Sí? ¡Cuéntame! Sabes perfectemente
que como no mandemos a la mierda todo lo que significa el poder establecido lo
que se puede hacer es bien poco.
- Quizás, pero...
-¿Pero qué...? No vuelvas, por favor,a
hablarme de eso del compromiso y todo lo demás. Eso me suena a sermón
religioso.
La muchacha puso cara de enfado.
- Sí, me da igual que te enfades. Yo
también me puedo equivocar, pero al fin y al cabo prefiero al hombre así,
equivocándose. No me hables del compromiso. Posiblemente eso está muy bien para
vosotros, pero no querais imponérselo a todo el que llega, ¿vale? ¡Ah, qué
cansado estoy!
- ¿No vas hoy a la escuela?, preguntó
ella desviando la conversación.
- Las siete y media. Ya me levanto.
Rieko se dirigió al comedor-cocina y
preparó el desayuno. Le metió prisa, como cualquier ama de casa exigente.
Joaquín se vistió entre rápido y
despacio. Con la sufieciente rapidez como para poder desayunar y con la
suficiente lentitud como para observar bien el cuarto.
-¿Cuándo dejaré esta habitación? -
pensaba Joaquín-. El caso es que me gusta. Si esta mujer no me hubiera hecho
tanto daño, posiblemente sería hasta agradable estar a su lado. Y con Keiko no
me quiero ir a vivir todavía. Tampoco puedo estar gastanto tanto dinero.
Gastamos demasiado dinero. Y ella no quiere venir aquí, o, mejor, yo no quiero
que venga... Esta parece que adivina algo. Bueno, al menos el cielo hoy está
despejado, aunque parece que va ahacer frío.
Cogió su bolso de costado y se dirigió a
la cocina. El café humeante estaba sobre la mesa, mientras,en la sartén se cocinaba
una suculenta tortilla y el pan se tostaba en el horno.
- Ya puedes empezar, dijo fría Rieko.
Vas a llegar tarde.
Joaquín se hizo el loco y olvidó sus
palabras. Desde hacía mucho tiempo estaba acostumbrado a ese tono altivo y
pedante. Cuando la cara de Rieko cambiaba, entraba por las venas de Joaquín una
extraña sensación. No sabía qué pensar. Algo nuevo estaba tramando aquella
cabeza loca. Se sentó y empezó a comer. Rieko recogió el pan del tostador y se
sentó.
- Esta noche cuando vuelva de la tienda
tenemos que hablar.
- ¿Sobre...?
- Sobre tu novia, claro.
Joaquín tuvo que hacer un esfuerzo
sobrehumano para no ponerse colorado.
- ¿Qué?- preguntó con cara de haber
recibido mil sorpresas de un golpe.
- Sí, no te hagas el tonto. Se te nota demasiado
como para no darse cuenta.
- Y luego dicen que no piensan, masculló
el cerebro de Joaquín.
- Ahora es el momento de decidir qué vas
a hacer. O te casas con ella o hay que empezar a hacer los papeles para el
visado, o la tercera solución...
- Desde luego, a veces me da la
impresión de que me estás echando. Esta bien, esta noche hablaremos del asunto.
Joaquín bajó del tren con la prisa
habitual. Shinjuku, comercial y pleno de despachos, era un hormiguero constante
de gente. En los amplios pasillos de la estación,la gente se movía como topos
ciegos y certeros. Recorrió rápidamente
la distancia que le separaba de la salida. Entregó el billete del tren y, como
en una carrera de obstáculos, llegó a la
calle. Keiko lo esperaba con una amplia sonrisa y una mirada de rubor
contenido. Joaquín fue hacia ella con la alegría rebosándole por las costillas.
La besó en los labios con rapidez, mientras la muchacha escondía la cara entre
las manos. El carmín de las rosas se paseó por su rostro juvenil y hermoso.
- Te he dicho que no hagas eso más,
aquí, con tanta gente.
- ¿Ya empezamos? ¿Te gusta o no?-,
preguntó Joaquín sonriente.
- Sí-, respondió ella tapándose la
sonriente boca con la mano.
- ¿Entonces ,pasa algo? Anda chatita,
otro, ¿vale?
La sonrisa picarona asomó a los ojos de
Keiko y, ruborizándose hasta la raíz del pelo, acercó sus labios hasta los de
Joaquin.
- Bueno,chata. ¿Ahora qué hacemos?
- Yo tengo hambre, dijo ella con
rapidez.
- Pues yo también. Podemos ir al
restaurante de la última vez, ¿te parece? Es bastante barato. Podemos comer Lamen, Udón o cualquier cosa de esas.
Caliente, de todas formas. Que lo necesito.
-¡De acuerdo!
La gran televisión de los Estudios Alta
entretenía a los viandantes con su velada carga de sensualidad capitalista. El
reloj del gran edificio marcaba las seis de la tarde/noche.
Ambos se perdieron entre la multitud que
paseaba ávida de compras por la gran avenida. De los edificios salía un reguero
constante de música. Una muchacha de kimono tenía su mano extendida ante la
señora de edad. Mientras, la cola de jovencitas esperaba pacientemente con el
deseo de saber si su novio sería guapo, rico y cariñoso.
Ropa, libros, artículos del hogar, de
belleza, de deportes, se anunciaban dentro y fuera de los altos edificios. Las
miradas se perdían en ellos mientras se paseaba por el centro de la calzada
reservada al público y los cines anunciaban su sexualidad masoquista o los nº 1
de turno de Norteamérica.
Una entrada acogedora recibió a Keiko y
a Joaquín. La puerta, con sus exquisitas vitrinas, exponía al visitante las
especialidades de la casa.
- ¿Te parece Nabemono?-, preguntó Joaquín.
- ¡Sí! -, respondió ella con claro signo
de tener frío.
La sugerente figura de la muchacha se
escurrió por la escalera. Desde su espalda la miraba con un sentimiento de
extraña alegría. Alta, bien proporcionada y morena, su belleza era extraña. En
cualquier momento podría decirse que era una mujer sudamericana. Todo menos
japonesa. Un día, con su abrigo de piel imitada, la confundió con una bella
esquimal.
Sentados uno frente al otro, pidieron la
comida y, mientras bebían el digestivo té de trigo, se miraron, con una mirada
entre enamorada y triste.
- Chata , ¡qué bonita estás hoy!
- ¿Chata? ¿Qué significa eso?
Aunque Keiko conocía bien el idioma de
Joaquín, algunas veces se le escapaba alguna palabra de la conversación. El,
sonriendo, le explicó el significado de la palabra. Ella soltó sus manos de las
de Joaquín, cruzándolas sobre el pecho y alejando la mirada de la de él.
- ¿Qué pasa ahora? -, preguntó
extrañado.
- “Hanapecha”. ¡Ah! No digas más eso,
por favor-, casi gritó la chica.
- ¿Por qué? ¡Si es un piropo! En España
es como decir bonita, te quiero. Es muy bonito, en serio.
- ¿No sabes que a las japonesas no nos
gusta que nos digan “chata”?
- ¡Ah!. Perdona, pero ¿me lo puedes
explicar?
- No nos gusta. Quisieramos que nuestro
rostro, especialmente nuestra nariz se pareciera a la de las europeas.
- “Wakatta”. ¿Y por qué? ¿Porque creeis
que es más bonita una nariz recta?
- ¡Sí!-, respondió Keiko rotunda.
- ¿Y tú no comprendes que eso es una
estupidez? ¿Que eso es creer que unas cosas son superiores a otras, lo que es
mentira? ¿Que unas cosas son mejores que otras?
- No, no lo comprendo. Sólo quiero que
no lo digas más, ¿vale?
- Perdona, no creía que te afectara
tanto.
- Pues sí, me afecta-, respondió la
chica con una expresión de orgullo femenino sensiblemente herido.
- Escucha. Por favor, escúchame.
La muchacha volvió el rostro y lo
escondió en el pecho.
- Posiblemente en lo que te voy a decir
yo esté equivocado. Pero me parece que a veces os comportais de manera
estúpida. Lo primero de todo, creer que lo de fuera siempre es mejor. Es la
primera estupidez. Alguien se inventó una vez un mundo de ideas, un mundo
maravilloso, pero que no existe. Alguien se aprovechó de ello y metiéndole al
público el miedo en el cuerpo, se aprovehó de su ignorancia. Esto dio origen a
que unos se enriquecieran a costa de otros, que unos fueran débiles y otros
fueran fuertes. ¿Comprendes?
- Sí, creo que comprendo.
- Bien, continuemos. Hoy tenemos el
mismo esquema de vida. Unos mandan y otros obedecen. Unos dicen que mandan y
sólo mandan porque tienen más dinero o más poder, pero no por otra cosa. No por
valor moral de sí mismos. Organizan nuestra vida a su antojo y nosotros,
estúpidos de nosotros, obedecemos como corderitos. Hay muchas formas para
hacernos creer que tienen razón. La escuela es una de ellas. Aquí la fórmula es
brutal. La escuela, la televisión, los periódicos, los anuncios, los almacenes.
Os están metiendo un concepto de belleza externo. De por sí el concepto de
belleza es absurdo, pero ha existido siempre. En los siglos XVI/XVII, no me
acuerdo, Rembrandt pintaba unas mujeres gordas y coloradas. Ese era el concepto
de belleza. Hoy, las mujeres en especial, no quiere decir que los hombres no,
pobrecitos, no sigan determinados esquemas, quereis estar delgaditas, tanto,
que a veces estais anémicas perdidas y, en ocasiones, se llega a la muerte. Sí,
sí, no me mires así. Yo conozco algunos casos . ¿Por qué? Porque alguien nos
dice que esto es mejor que aquello. ¿Uno lo ha probado? ¿No? Pues entonces no
podemos decir cuál es mejor. Pero somos tan estúpidos que nos creemos todo lo
que nos dicen.
- Yo tengo mis ideas.
- Tú eres una estúpida, lo mismo que
yo-. El llanto afloró a los ojos de la chica.
- No llores, por favor, ya me callo.
Durante unos minutos Joaquín estuvo
convenciéndola. Al fin dejó de llorar mientras el camarero traía hasta el
rincón donde estaban sentados el humeante Nabemono.
- Bueno, dejémoslo y vamos a comer.
- Uf, quema-, dijo ella.
Entre risas y veras empezaron a comer el
caldo caliente y reconfortante. Joaquín cogió los palillos.
- Ah, lo haces muy bien.
- Claro, ¿qué creías?
- Muy bien, sigue por favor. Me gusta
escucharte.
- No, que te voy a hacer llorar y no
quiero.
- Sigue. En realidad he llorado porque
tienes razón. No alcanzo a comprender del todo, pero comprendo. Por favor,
suplicó, sigue.
- Es muy sencillo-, continuó Joaquín-.
Cada sitio, cada lugar de esta pelota tiene una raza. Ninguna es superior a la
otra. La superioridad la da la fuerza que cada cual tenga. Japón tiene su
concepto de belleza, quizá distinto, pero ni mejor ni peor. Desde el momento en
que uno cree que lo de fuera es lo mejor está perdiendo su propia personalidad,
cosa que, a veces, me parece careceis de ella.
- ¿Cómo?
- Sí, no Japón en sí, los japoneses cada
uno en particular, y sobre todo las mujeres. Por esa tontería de lo chato o lo
no chato os están metiendo el consumismo.
- ¿Consumismo?
- Sí, el comprar y comprar cosas
innecesarias. Bien está que la gente quiera vivir cómodamente, es lógico. Pero
una cosa es eso y otra es llegar al punto de hacerlo por hacerlo. Y luego decís
que sois prácticos. Absurdos es lo que sois en muchas ocasiones. ¿Para qué
quiere una mujer ser más bella de lo que es? ¿Para buscar un marido? Luego
obedecer al marido, tener hijos. Como no suele existir el amor, y eso que
llamamos amor no es otra cosa, generalmente, que interés de cualquier tipo,
pero no amor. ¿Cuándo la mujer es ella misma? Primero obedecer al padre, luego
al marido, al jefe o.... ¡yo qué sé!... Y cuando todo se les viene abajo, la
otra cara, de irresponsables totales, porque la mujer es para obedecer....
- No te enfades, por favor.
- No, si no me enfado. Sólo que me
parece que estamos, ellos y ellas, viviendo en el peor de los mundos posibles.
Con lo bonito que es enterderse y no echamos la culpa mútuamente de lo que pasa
para que se aprovechen unos cuantos sinvergüenzas.
- Bueno, vamos a dejarlo ahí. Estaba
bueno, ¿verdad?
- Sí, muy bueno.
- Te invito a tomar café.
- De acuerdo, sonrió Joaquín.
Pagaron, salieron. La tarde se había
hecho noche cerrada. La música animaba el ambiente, el frío era fuerte. Joaquín
y Keiko se perdieron entre la multitud, por las calles de Shinjuku.
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